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 DIRECTORIO   Noviembre de 2003, número 25
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ESPAÑA SENTIDA
Las Barcelonas de Manolo
CIUDAD CONDAL. Su pluma ha conducido por las calles más emblemáticas de su amada ciudad, un paseo revelador de la tierra que le vio nacer
ROSA REGÀS
Las calles, los alrededores, las gentes... la Barcelona de Manolo era la misma Barcelona de Carvahlo. / FOTOS: KIKE GARCÍA
   

Como el mismo Manolo Vázquez Montalbán afirmó en una deliciosa entrevista televisiva que le hizo Terenci Moix, otro amigo queridísimo desaparecido, y que TVE-2 emitió a raíz de su muerte, «hay muchas Barcelonas y en esto consiste la magia de la ciudad», decía Manolo. Tal vez porque de alguna manera, esa Barcelona...

... fue su verdadero mundo de ficción imbricándose en la realidad, en su realidad, es decir en su biografía y su vida. Porque son los grandes escritores los que dejan tras de sí la magia del mundo de ficción que crearon. Todos ellos lo ubicaron en un lugar determinado, Proust, Joyce, Faulkner, Benet o Marsé. Manolo Vázquez nos dejó también el suyo, su peculiar Barcelona. Y supo fundir en su mirada que paseaba por las fachadas de los edificios para desentrañar los misterios de la historia de la ciudad, la estricta vocación de cronista con la de inventor de ficciones y la de crítico implacable y ácido de la realidad.
Tal vez esa vocación de cronista que se pone de manifiesto en todos sus escritos, incluso en poesía donde acaba siendo cronista de los propios sentimientos, decepciones y emociones, se deba a los años de infancia cuya memoria de la ciudad se yergue como una atalaya desde donde contempla y reinventa Barcelona: la Plaça del Padró, un lugar en el que coinciden en una mezcla ecléctica los elementos que de un modo u otro definen la ciudad entera: «una iglesia románica, a cuya sombra se formó el enclave mítico que hoy nos cuenta la historia del estraperlo, la Iglesia del Carmen de un modernismo para pobres que fue incendiada durante la Semana Trágica, y una colchonería gótica».

PLUMA TOPOGRÁFICA. Dice Rilke que no hay más patria que la infancia; y a lo largo de su vida Manolo no hizo más que extrapolar esa primera visión de la ciudad al resto del territorio, desde la montaña hasta el mar, desde los barrios del norte hasta los que tocan los límites del sur. Unos límites que no fueron sólo geográficos sino que alcanzaron los del tiempo que le tocó vivir y que comenzaron en 1976 cuando publicó Tatuaje, hasta el 2000 cuando apareció El hombre de mi vida, la última novela del ciclo, hasta Millenium: La vuelta al Mundo de Pepe Carvahlo que aparece uno de estos días.

Dejando aparte sus otras novelas, los veintidós libros del ciclo Pepe Carvahlo trazan la más completa topografía de Barcelona que pueda haber acometido ningún otro escritor. Pero Manolo Vázquez Montalbán no se dedica simplemente a retratar el paisaje de la ciudad y el de la vida de los ciudadanos, sino que su Barcelona es movida, crítica, jocosa a veces e irónica siempre.
A veces la nostalgia logra esconder el desencanto o la rabia con que se ha procedido a transformar el paisaje urbano despojándolo de su mejor atractivo, ese que esconde la profunda y escondida historia de los barrios más desfavorecidos donde Manolo y Pepe Carvahlo pasaron sus mejores horas. Así describe el fin del Barrio Chino en Quinteto de Buenos Aires: «La piqueta se cernía sobre el barrio del Raval para abrir caminos por los que se fueran los malos olores de la droga y del SIDA, la inmigración magrebí y negra». «Un gigantesco buldózer con cabeza de insecto de pesadilla convertiría la arqueología de la miseria en definitiva arqueología de libro, pero aunque se derrumbaran las casas a algún lugar tendrían que llevar su miseria los viejos, los drogadictos, los camellos, las putas pobres, los negros, los moros, empujados por la pala mecánica...»

Y gracias a la minuciosidad con que quedaron registrados todos los detalles, podemos seguir paso a paso los cambios que ocurrieron en barrios, cafés, restaurantes, bares, durante esos veinticinco años en los que libro a libro hemos seguido los pasos de la transformación de la ciudad que acabará con las Olimpiadas, que para disgusto de Carvalho le quitan a Barcelona el encanto que mantenía desde aquella plaza del Padró o el que tantas noches había disfrutado en el desaparecido Barrio chino. Los cambios, ya se sabe, no nos gustan cuando se trata de desmitificar y destruir el mundo que llevamos dentro. Tal vez por esto Manolo Vázquez Montalbán salió de sus confines, se tomó un respiro y emigró yéndose a Madrid primero con El Premio o a Buenos Aires, después, con el Quinteto de Buenos Aires.

Sin embargo, con el tiempo también los cambios que tanto le irritaban al principio acabaron mostrándole su cara mejor y más amable y así en un párrafo de El hombre de mi vida reconoce: «A pesar de las nuevas construcciones de centros comerciales y lúdicos ahora el mar le pertenecía, por fin se integraba como uno de los cuatro elementos de Barcelona: Gaudí, las gambas a la plancha, la torre de comunicaciones de un tal Foster que tenía avión privado...».

La Barcelona de Manolo Vázquez Montalbán es la Barcelona de Pepe Carvahlo, una Barcelona dual, la rica y la pobre, la que ambos contemplan desde arriba y desde abajo, desde lejos o desde el mismo centro más abigarrado de la ciudad: Vallvidrera donde duermen y se refugian, y el eje de las Ramblas-Barrio chino donde trabajan y viven.

Las Ramblas, dice Manolo Vázquez Montalbán en Tatuaje, «eran como un universo completo que empezaba en el puerto y desembocaba en la enorme mediocridad de la plaza de Cataluña. Las Ramblas habían conservado el sabio capricho de las aguas descendentes que le habían dado origen. Tenían voluntad de aguas con destino como las gentes que las recorrían a todas las horas del día, despidiéndose con morosidad de los plátanos, de los quioscos policrómicos, del caprichoso comercio de loros y macacos, del mercenario jardín de puestos de flores, de la arqueología de los edificios que marcaban tres siglos de historia de una ciudad con historia. Carvahlo amaba aquel paseo como amaba su vida, porque le parecía insustituible».

Pepe Carvahlo tiene su despacho en la Plaza del Arco del Teatro, en plena Rambla, en una casa vieja cuyas ventanas dan sobre el monumento a Pitarra. Vemos a Carvahlo en infinitas ocasiones dándose un paseo por las Ramblas, deteniéndose en los quioscos de revistas y periódicos, en los puestos de flores y de pájaros, y bajando de vez en cuando al semidestruido Teatro principal donde los billares Monforte conservan su atmósfera canalla. A veces entra en la Plaza Real y se sienta en una terraza a oír las confidencias del limpiabotas Bromuro o a leer el periódico. Y para hacer la compra va con Biscúter al Mercado de la Boquería a llenarse de olores y colores, de conversaciones de las vendedoras o a mirar en torno a lo que de inusual pueda depararle el trasiego de ciudadanos.

Pero si hay que ir al Barrio Chino la memoria tiene que intervenir porque a Carvahlo no le gusta como ha quedado la remodelación de toda la zona y prefiere sumergirse en la memoria y ver deambular por las estrechas callejuelas de antaño a Bromuro, a Charo, su novia, y a tantos otros personajes de la noche que ponen de manifiesto la Barcelona de los inmigrantes, o la de la prostitución. Pero antes y ahora hay que detenerse en el bar Trianón de la plaza del escritor francés Pierre de Mandiargues, la plaza de Salvador Seguí y sobre todo el restaurante más frecuentado, Casa Leopoldo. Dice en Los mares del Sur: «Alguien le había hablado de un restaurante del Barrio Chino donde daban unas raciones estupendas y no era caro». «Desde entonces siempre conservó el nombre de Casa Leopoldo como un ritual de su adolescencia».

En Tatuaje, Pepe Carvahlo toma el aperitivo en la terraza del Versalles. En Los mares del sur y en Asesinato en el Comité Central compra embutidos, quesos, jamón de Salamanca en la Charcutería Beristain, en la calle Fernando. Y a veces, como en La soledad del manager o en El hombre de mi vida se aleja del eje de las Ramblas y va a almorzar o cenar al restaurante Senyor Parellada. Y otras veces se aleja aún más de la ciudad y se va a comer peu i tripa a la Fonda Europa, en Granollers y se toma de postre mel i mató.

PREFERENCIAS Y GUSTOS. Frecuenta asimismo Casa Isidro, en la calle de les Flors a pocos metros de la iglesia románica de San Pau del Camp pero entonces es para tomar crema de lentejas verdes, foie de oca y vinos de Cigales. O el Restaurante La Odisea, en la calle Copons justo en el centro del barrio gótico donde en La Rosa de Alejandría Carvahlo, Charo y Biscuter celebran la nochevieja de 1985 y buscan borrachos la mancha de sangre en los escalones del Tinell...

Carvahlo conoce bien los bares de copas de la noche barcelonesa. Para él todo ha de comenzar en el mítico Boadas, al principio de las Ramblas, con su dueña lunar y su fondo de dibujo de Opisso tras las botellas, como un paisaje de la memoria de la ciudad, memoria definitiva. Pero también pasa por Gimlet, Nick Havanna o Victori Bar en busca del dry martini perfecto para acabar en el Ideal, como en El delantero centro fue asesinado al atardecer. Y tomar una última copa a esa hora en que el paisaje se desconcierta y la melancolía etílica invade la razón y las emociones. Tal vez fuera durante esas horas cuando Pepe Carvahlo pensaba más aún en su ciudad:

«Todas las metáforas de la ciudad se habían hecho inservibles: ya no era la ciudad viuda, viuda de poder, porque lo tenía desde las instituciones autonómicas; tampoco la rosa de fuego de los anarquistas». «Barcelona se había convertido en una ciudad hermosa pero sin alma, como algunas estatuas, o tal vez tenía un alma nueva que Carvahlo perseguía en sus paseos hasta admitir que tal vez la edad ya no le dejaba descubrir el espíritu de los nuevos tiempos, el espíritu de lo que algunos pedantes llamaban ‘posmodernidad’ y que Carvahlo pensaba que era un tiempo tonto entre dos tiempos trágicos. Pero estaba reenamorándose de su ciudad...».

Y sólo entonces volvía a Vallvidrera para refugiarse y ver amanecer: «Amanecía por entre las ramas de los árboles, Barcelona como una maqueta de sí misma, a los pies de la sierra de Collserola, le confirmaba dónde estaba y quién era».Y más tarde aún: «Una de las ventajas de vivir en Vallvidrera es que te puedes despedir de toda una ciudad con una sola mirada».

Porque ya se sabe, el que tiene los pies bien puestos en en esta tierra, sabe dónde está y quién es, y es capaz de despedirse de ella con una mirada. Sea desde la cercana montaña de Vallvidrera, sea desde el lejano y desolado aeropuerto de Bangkok.

Millenium, la última novela de Manuel Váquez Montalbán saldrá publicada a principios de 2004.



GUIA

COMO LLEGAR
En avión: El aeropuerto del Prat recibe vuelos diarios de varias compañías de todo el mundo. Iberia (Tfno: 902 400 500) vuela todos los días desde Madrid. En tren: Renfe (Tfno: 902 24 02 02) viaja siete veces al día. Por carretera: Alsa (Tfno: 902 42 22 42) tiene salidas cada ahora a la Ciudad Condal.

DONDE DORMIR
Uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, Arts Barcelona (Tfno: 93 221 10 00) ofrece desde lo alto de sus 44 plantas unas excelentes vistas al Port Olímpic. En el Paseo de Gracia, Claris (Tfno: 93 487 62 62) es un refinado hotel construido en lo que fue una antigua casa urbana del siglo XIX.

DONDE COMER
En Granollers, Fonda Europa (Tfno: 93 870 03 12), fonda catalana regentada por las familia Parellada desde 1714, especialidada en cocina catalana tradicional.

En Barcelona, Senyor Parellada (Tfno: 93 310 50 94), elaboran con sencillez recetas tradicionales catalanas. Magnífica bodega. Otro excelente restaurante, al que también era asiduo Manuel Vázquez Montalbán, es Casa Leopoldo (Tfno: 93 441 30 14). Emplazado en pleno Barrio Chino, destacan el pan con tomate, las gambas rojas, las anchoas, así como los pescados a la plancha.

Para acabar la noche, Nick y Havanna, en el Eixample, (Tfno: 93 215 65 91), uno de los locales nocturnos más clásicos, que sabe mantenerse en el hilo de la modernidad. El Jimlet (Tfno: 93 201 53 06), coctelería de clientela variada. Otra buema dirección donde saborear un cóctel es Boadas (Tfno: 93 318 88 26).


Geografía: La ciudad de Barcelona es la capital catalana, cuya provincia limita al Norte con Girona; al Sur, con Tarragona; al Oeste, con Lérida y al Este, con el Mediterráneo.
Clima: Sus veranos son calurosos y húmedos, y los inviernos, suaves como es propio de una localidad mediterránea. Los termómetros suelen alcanzar una media anual de 15,8ºC.
Población: Alrededor de 1.500.000 habitantes.

 
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