Un suplemento de EL MUNDO  Un servicio de 
 DIRECTORIO   Noviembre de 2003, número 25
Portada
Números Anteriores
 OTROS SUPLEMENTOS
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Ariadna
La Luna
Aula
Campus
 OTROS MUNDOS
elmundo.es
elmundodinero
elmundolibro
elmundoviajes
elmundodeporte
elmundosalud
elmundovino
medscape
elmundomotor
Emisión Digital
Metrópoli
Expansión&Empleo
Navegante
mundofree
elmundo personal
juegos: level51
elmundomóvil
 
ÁFRICA INUSITADA
El último refugio de Rimbaud
ETIOPÍA. En Harar todo huele, sabe y suena al poeta francés, cuyo fantasma flota por encima y repta por debajo de la ciudad otrora amurallada y hoy desparramada alrededor de sus bastiones
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
En Harar es posible degustar olores, olfatear sabores, atisbar resplandores y catar el mundo tal como era antes de que el dinero, el desarrollo, la globalización, lo destruyese. / ASA
   

En mi primera crónica etíope, publicada aquí mismo hace cosa de cinco meses, hice gala de un entusiasmo perfectamente descriptible. Fui, de hecho, tan borde al redactarla —aunque no, dicho sea de paso, sin motivo— que a su término anuncié una segunda y mucho más benévola entrega del relato de mis andanzas. Aquí lo tenemos...

...Estará íntegramente dedicada al exótico enclave de Harar, punto de cruce de caravanas y antiguo emporio mercantil venido a menos, que por sí solo justifica y merece visitar un país en el que todo lo demás no se caracteriza por ser un sendero de rosas.

El primer europeo que, disfrazado de beduino, si la memoria no me confunde, burló el blindaje musulmán de la zona y se paseó por ella con su inconfundible desenvoltura fue el hoy legendario capitán Richard Burton. Léase al respecto su fascinante autobiografía, editada entre nosotros por Siruela, y lléguese a la conclusión, como en su día llegué yo, de que aquel rostro pálido era, además de audacísimo aventurero e impenitente explorador de todo lo prohibido, un escritor de extraordinaria altura y de poderosa cultura.

Burton llegó a Harar en 1854 y ese mismo año nació en Charleville —sincronías— el efímero y no menos extraordinario poeta que antes de cumplir los veinte dejó de serlo, ahorcó la pluma, vagabundeó, cambió una y otra vez de oficio, se instaló en el susodicho villorrio, amasó una relativa fortuna extraída del tráfico de marfil y de la fabricación de cartuchos para las huestes del emperador etíope, desarrolló un cáncer óseo y regresó a Francia con el tiempo justo para yacer entre cirios.

Todavía hoy, y no sólo en Harar, sino también en otras zonas del país, se dirigen a los extranjeros llamándonos ferenyi —deformación fonética del gentilicio français— por obra y gracia, o desgracia, del hombre que fundió el último tramo de su breve vida infeliz en tan remotos pagos. Todo, en Harar, huele, sabe y suena a Rimbaud. Su fantasma flota por encima y repta por debajo de la imponente ciudad otrora amurallada y hoy, por añadidura, desparramada alrededor de sus bastiones. Continuamente llegará a oídos del viajero —del ferenyi—, entre ráfagas de ininteligibles vocablos (y, a veces, de venablos. Los etíopes no se andan con chiquitas), el nombre de aquel rebelde que al dejar de escribir se quedó sin causa; y el momento culminante del recorrido por el dédalo circular de la medina será, sin duda, el de la llegada, tras infinitas vueltas y revueltas, a la grácil, aérea y elegantísima mansión recientemente restaurada, en la que nunca vivió el poeta, por más que aseguren lo contrario el conservador del museo, la vox populi y los folletos turísticos. Pero no importa. La belleza lo es siempre por sí misma y no por el aliño histórico que en ocasiones la acompaña. Rimbaud, fallecido en 1981, sigue siendo hoy, indiscutible e indiscutido, el genius loci de Harar, su ánima y su ánimus, su motor inmóvil, el soplo que le da la vida.

I SLOTE DEL ISLAM. Aprovechemos ahora la nuestra para volver grupas, para poner orden, para contar las cosas desde el principio... Considere, ante todo, el lector, que Harar es un islote de cultura islámica plantado en un océano animista y cristiano, un vestigio del ayer caravanero y nómada, un macondo, un reino de Taifa impermeable a cuanto, extramuros, lo rodea.

Su religión, su lengua (el harari), su pulso, su ritmo, su modus vivendi, su idiosincrasia y sus costumbres poco o nada tienen que ver con las imperantes en el resto del país. Y además, por lo que se contempla, percibe, recibe e intuye al hilo de la visita, cabe deducir que nunca, gracias a Alá y al desierto, dejará de ser lo que ahora es: un punto y aparte. Nació para eso. Lo suyo es un destino.

¿Cómo llegar hasta allí viniendo de Adis Ababa? La duda ofende: el mejor modo —el más viajero, el más gitano, el más torero— consistiría en subirse al ferrocarril que se detiene en la cercana ciudad de Dire Dawa, después de recorrer algo más de 500 baqueteadísimos kilómetros a lomos de vagones que parecen sentinas de barcos de negreros, y que rinde viaje en Yibuti, pero el trayecto, abigarrado y promiscuo donde los haya y de casi inverosímil duración y rudeza, sólo está al alcance de personas curtidas, templadas, bragadas, experimentadas y provistas de un sistema inmune capaz de hacer frente a toda clase de virus conocidos y desconocidos. No puedo, en consecuencia, aconsejárselo a nadie. Decida a su arbitrio el lector, pero sin olvidar que la travesía terrestre es aún más dura, y, desde luego, más larga. Lo sensato y lo usual, qué le vamos a hacer, es recurrir al avión. Los hay prácticamente a diario.

EXOTISMO SURREALISTA. Dire Dawa es un poblachón manchego, por así decir (y como de Madrid dijo Cela), con algunas pinceladas coloniales y media docena de brochazos de exotismo surrealista. Verlo o no verlo: he ahí el primer problema (de escasa monta, por fortuna). Luego —enseguida, porque el bochorno aprieta y el sofoco acecha— habrá que buscar un taxi o algo parecido, que regatear su precio con firmeza y astucia para no dejar tierra quemada al viajero que nos seguirá y que inscribirse, ya a bocajarro de nuestro punto de destino, en el registro del único hotel potable —con encanto, eso sí—, pese a la crónica sequedad de la alcachofa de las duchas que hoy por hoy funciona en la comarca. Y ojo con las equivocaciones, que pueden resultar funestas para el buen humor que todo viaje exige.

Me refiero, naturalmente, al Ras: destripados butacones de estilo Karen Blixen, madera oscurecida por el tiempo, porche para refrescar el gaznate soñando con lo que aquél se llevó, galería trasera abierta a un horizonte de ladridos y secarrales, pitanza copiosa y estropajosa que los milanos arrebatarán de la fuente a poco que el comensal se descuide, camareros anticuados y ceremoniosos...

Lo demás será ir lentamente a pie hacia la empinada villa, pasear antes de entrar en ella por el polvoriento, cochambroso, desordenado, surtidísimo e interesantísimo zoco que la precede, acceder a la medina por cualquiera de sus puertas y, a partir de ese instante, perderse, perderse, perderse, merodear por las plazas, plazuelas, calles, callejones y rincones, observar a los artesanos, entrar con educación y respeto en las bellísimas viviendas tradicionales —abiertas siempre, como en Pompeya, a un patio interior y, por lo general, compartido–, dar limosna a los leprosos y negársela a los golfillos insolentes, curiosear, indagar, contemplar el incesante espectáculo ofrecido por el sistema de vida anterior a la Revolución Industrial que allí se dispensa a manos llenas, degustar olores, olfatear sabores, atisbar resplandores y, en definitiva, catar el mundo tal como el mundo era antes de que el dinero, el desarrollo y la globalización lo destruyesen.

Y además, y por último, trepar hasta la cúspide del palacio de Menelik y ensimismarse en ella oteando con mirada de águila todo lo que Harar contiene y ofrece. ¿Por último, dije? Quita, quita... Aún nos queda lo mejor o, por lo menos, lo más llamativo, lo más absurdo, lo más nuevo, lo más emocionante: asistir con estupor a la merendola nocturna de las hienas.
— ¿De las hienas?
— Sí, sí, oyeron bien...
Cae la noche. Dirijámonos hacia la puerta Fallana, no sin haber negociado —intentarán timarles. Jueguen duro— y apalabrado con anterioridad las tarifas de la función circense, y situémonos cerca del vehículo que nos ha llevado hasta allí sin apagar las luces de sus faros.

ESPECTÁCULO DE FIERAS. El amigo de las hienas, provisto de un cubo o un barreño atiborrado de piltrafas de carroña y casquería, empezará a emitir extraños sonidos guturales mientras llama a las fieras por sus nombres —cada una lo tiene de un licor distinto: whisky, vodka, gin, sherry— y poco a poco, temerosas, cautelosas, comparecerán las alimañas. Serán, primero, sus ojillos amarillentos e inyectados en sangre los que puntúen como cabezas de cerillas la oscuridad, y llegarán luego —dos pasos adelante y uno atrás— sus hocicos, sus mandíbulas, sus cuerpos tiznados, sus escurridos cuartos traseros...

El hombre de las hienas empezará entonces a arrojar hacia los bichos trozos de carne maloliente y después, a medida que sus pupilos vayan cobrando confianza, terminará dándoles de comer con las manos en sus fauces, inclusive, con la boca. ¡Bravo! Y también ustedes, amadísimos lectores, podrán hacerlo si tienen ganas, curiosidad, estómago y redaños. Mi nieto Mario, verbigracia, lo hizo ante los estupefactos ojos de su madre, de sus tíos y de este servidor, y salió ileso del trance, que dicen no entraña peligro alguno.
En Harar hay, por supuesto, otras cosas y quehaceres —masticar qat, comprar bisutería, explorar la garganta rocosa e intensamente africana a la que llaman Valle de las Maravillas y enfrascarse en la contemplación de un firmamento asombroso—, pero todas ellas desmerecen de lo que acabo de contar.

Átense los machos, respiren abdominalmente en ocho tiempos y que la sombra de Rimbaud les ilumine.



GUIA

COMO LLEGAR
Alitalia (Tfno: 902 100 323) y Air Europa (Tfno:902 401 501) vuelan a Adis Ababa vía Roma. Una vez en la capital etíope, Ethiopian Airlines (www.flyethiopian.com) cubre los vuelos nacionales e internacionales desde Adis Ababa, Dire Dawa y Jimma. El ferrocarril recorre los 681 kilómetros que separan la capital del puerto de Yibuti. Cultura Africana (Tfno: 91 539 32 67) y Dimensiones (Tfno: 91 531 06 07) ofrecen una amplio abanico de programas que recorren el país de punta a punta. Y Catai (Tfno: 91 409 11 25) le organiza el viaje a medida.

DONDE COMER
El plato más popular es la ‘injera’, cocinado con una base de pan y diversos tipos de carne, fundamentalmente pollo, que se adereza con salsas que pueden resultar muy fuertes para el paladar occidental.

INFORMACION
Para viajar a Etiopía es necesario llevar el pasaporte con una vigencia mínima de seis meses y un visado, válido para 30 días, que se gestiona en la Embajada de Etiopía en París (Av. Charles Floquet, 35. Tfno: 47 83 83 95). Más información en la Embajada Española en Adis Ababa (Entoto Av. P.O.B. 2312. Tfno: 5502 22).

DATOS
Geografía: Etiopía tiene una superficie de 1.104.300 km2. Harar se encuentra a 1.850 metros de altura y a 60 kilómetros de Dire Dawa.
Clima: Tropical, varía por la altura.
Moneda: La divisa oficial es el Birr.

 
  © Mundinteractivos, S.A. - Política de privacidad
 
  C/ Pradillo, 42. 28002 Madrid. ESPAÑA
Tfno.: (34) 915864800 Fax: (34) 915864848
E-mail: sieteleguas@elmundo.es