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 DIRECTORIO   Diciembre de 2003, número 26
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CALOR/GOA
A la sombra del baniano
Esta es la historia de un lugar al sur de la India, en el que todavía se respira la ‘saudade’ que dejaron los portugueses tras casi cinco siglos de presencia. De playas infinitas, la calidez de su clima sólo la supera el carácter de sus gentes
MARÍA FLUXÁ
A la hora del crepúsculo las playas interminables de Goa, cuya quietud sólo se ve alterada por el movimiento de las hojas de las infinitas palmeras, se tiñen de un mágico color cobrizo. / FOTO: COVER
   

A las 5.50 horas del pasado 14 de noviembre, el sol comenzó a alzarse. Tras iluminar lenta y gradualmente la frondosidad de los cocoteros, se plantó en pleno cielo. Justo en la mitad de la playa de Sinquerim, en Goa. Unos minutos después, tras un desayuno copioso, el señor Soares se atusaba el bigote frente al espejo y comprobaba la perfección del planchado de su camisa blanca. En su casa, la viuda que regenta el Bar Mariano en Panjim, la capital de este estado sureño de la India, plegaba con precisión instintiva su sari amarillo, para sujetárselo en la cintura y dejar caer la seda sobrante sobre su hombro derecho. Finalmente fijaba con firmeza su larga trenza cana.

Entre tanto, los hombres encargados de instalar la gran carpa para la celebración de San Francisco Javier, frente a la iglesia barroca donde según la tradición reposan sus restos, cosían con una vetusta máquina Uxmi los retales de vivos colores que cubrirán toda la explanada de la Ciudad Vieja (Old Goa). Donde la Catedral de estilo gótico, la iglesia del Bom Jesus y la de San Francisco de Assis atestiguan más de cuatro siglos de presencia portuguesa. De cristianismo y de arquitectura religiosa occidental en la India.

Mientras, en la tranquila y kilométrica playa de Sinquerim el sol sigue brillando con una fuerza inusitada. Ya pasaron los monzones. El clima es ahora suave, la temperatura del mar, templada; y la vista no alcanza a adivinar dónde finaliza la playa, monótona en arena y dispar en el verdor de la selva que la cercena. Aquí, a estas horas, no hay nadie, salvo los muchachos que custodian las hamacas de bambú y los encargados de rústicos chiringuitos, donde se puede degustar la extraordinaria gastronomía local, hecha en gran parte a base de marisco y pescado.

En el mercado de Panjim los pescados se alinean colocados en pequeños montículos, mientras las vendedoras, sentadas en el suelo y envueltas por el color de sus saris, departen unas con otras, sin borrar ni un segundo la sonrisa de sus rostros. En Goa, en la India, la gente sonríe con los ojos, sonríe con el alma. Es, sin duda, la más cálida y sincera de las bienvenidas.

Desde que se promulgaron las llamadas Leyes de la Tierra, la señora de Menezes tiene la forzada costumbre de dar la bienvenida a cuantos curiosos —locales y foráneos— se acercan a su casa, en Changor, tras dejar atrás los ubérrimos arrozales de Salcete. Lo hace con una cortesía exquisita, pero en sus gélidos ojos azules se percibe fatiga.

Su familia, que debió huir en 1950 para regresar doce años después —cuando Goa, arrebatada a los portugueses, formaba ya parte de la India unificada y libre de Nerhu—, construyó esta mansión colonial en el siglo XVII. En ella habría de vivir un caballero distinguido por el rey de Portugal y, después, el periodista y político Luis Menezes Braganza, luchador por la libertad y uno de los pocos aristócratas que se opuso vehementemente al dominio portugués.

Hoy, la señora de Menezes debe mostrar su casa para permitirse el lujo de mantenerla y preservar así la memoria de su familia. Estancias palaciegas, azulejos fascinantes, colecciones de porcelanas chinas y japonesas de antigüedad y valor incalculables, muebles traídos siglos atrás desde Europa, y una de las bibliotecas más extensas del mundo, con volúmenes antiquísimos editados en su mayoría en Lisboa, Oporto y Londres, es lo que aquí queda. Y saudade.

DESDE LISBOA. El primer lugar donde pisaban tierra los portugueses que llegaban a Goa procedentes de Lisboa era la actual Panjim. Concretamente en la deslumbrante iglesia de Nuestra Señora Inmaculada Concepción. A la que se accede por unas enormes escaleras blancas, casi tan imponentes como las palmeras que flanquean la avenida. Allí oraban en agradecimiento por haber tenido una travesía segura, para proseguir después hasta la Ciudad Vieja, capital de Goa en ese momento. Dicen que su esplendor entonces era tal, que rivalizaba en grandeza con la misma Lisboa.

Tras más de diez meses de travesía, el 21 de mayo de 1498, Vasco da Gama pisa Calicut y se convierte en el primer occidental en navegar desde Europa hasta la India, doblando el Cabo de Buena Esperanza. En su intento por hacerse con el tráfico de especias, cuyo control estaba en manos árabes, los portugueses necesitaban un puerto en la India, y Goa era el lugar idóneo. No tardaron en conquistarlo —Alfonso de Albuquerque se hace con Goa en 1510— y masacrar a la población de credo musulmán.

Con la metropoli llegó el esplendor, cuyo apogeo se gozaría en el siglo XVI. Sin embargo, la inicial tolerancia hacia el hinduismo se vio mermada drásticamente con la Inquisición, lo que forzaría a gran parte de la población a convertirse a la fe católica.
A medida que transcurren las horas, el calor se va haciendo más intenso y la humedad se torna sofocante. Así, la gente sigue dedicada a sus quehaceres cotidianos. En la ciudad, los niños salen del colegio, uniformados con sus polos azulones y faldas o pantaloncitos grises. Pasan por delante del cine National, donde se superponen los carteles de un sinfín de películas made in Bollywood, para dirigirse a un mismo punto.

Grupos de joviales mujeres, con sus bindas marcados en la frente entre sus ojos color carbón, hacen la compra en la Lisbon Fancy Store o en Almedia Enterprises. Después doblan la esquina con esa cadencia en el andar que sólo poseen las mujeres indias, y llegan al mismo lugar. Allí, un enjambre de motocicletas, en las que suelen viajar familias completas —es decir, matrimonios jóvenes y un par de chiquillos entre ambos—se amontonan. Parejas de hombres pasean con sus manos entrelazadas (con un significado bien distinto al que imaginaría nuestra estrecha mente occidental); otros se entretienen abstraídos en las vicisitudes de los teléfonos móviles; y grupos de hombres pasan las horas absortos en la lectura, de diarios, de pequeñas cuartillas. Pero todos se concentran bajo la inmensa sombra del baniano.

Cuando los portugueses llegaron a Goa no encontraron una sociedad perfecta.

En realidad, puede suponerse, causó en todos los europeos —cuyo cristianismo, por muy hipócrita que pudiera ser, equiparaba en dignidad a todos los seres humanos— el mismo estupor. El hecho es que la sociedad era tan estática como injusta (y tal injusticia, como suele suceder, se ensañaba especialmente en las mujeres). Si uno nacía en una casta inferior jamás podría salir de ella para aumentar su bienestar. Estaba condenado a servir a las superiores, los brahmanes principalmente, sin más esperanza que la de ascender en vidas venideras.

Llegaron vidas venideras, y allá por los 60 Goa se convirtió en el paraíso hippy por excelencia. Y de eso queda el recuerdo, diluído para algunos en LSD, y las mismas playas kilométricas, apenas frecuentadas, de arena y palmeras. El paraíso, tal vez. Pero eso ya lo era antes de que llegaran los Beatles y toda la legión de pacifistas occidentales, o al menos así lo recogen las escrituras sagradas hindúes. El Skandha Purana cuenta que los dioses, fascinados ante tanta belleza natural, hicieron de Goa su hogar en la Tierra, de ahí que su nombre originario, Gomantak, signifique la tierra de los dioses... Si toda Goa era la tierra de los dioses, el norte fue la de los hippies. Y aunque en la India el tiempo transcurra de forma diferente —pues su eterno ciclo de creación y destrucción le concede una naturaleza más dilatada—, éste también pasa. Así, es en esa parte del estado donde ahora se concentra la mayoría de los hoteles. Y es conforme se baja al sur, donde las aguas del Mar Arábigo se van volviendo más prístinas.

TIERRA ADENTRO. El pasado 14 de noviembre, cuando el sol comenzó a alzarse iluminó la plantación de Suchin Shayte, que comenzó a mudarse en verdes imposibles. Un día más, desde los quince años que hace que se abrió al público la propiedad familiar, Suchin dispuso todo en orden, departió con sus empleados y comprobó que los músicos estaban a punto para dar la bienvenida a sus desconocidos invitados.

Cuando avistaron a lo lejos un vehículo dando tumbos por la semiasfaltada carretera supieron que era el momento de hacer sonar los tambores y el sinfín de instrumentos heredados de sus ancestros. La plantación de la familia Shayte, en el pueblo de Savoi, está tierra adentro, muy próxima al río Mandovi. No hay playas, ni hippies ni extranjeros, salvo aquellos que se internan en ella para buscar la esencia de un lugar en su profusa naturaleza, en el sentir de la gente anónima, con su vida cotidiana marcada por algo tan simple y hermoso como es el monzón.

Tras un recorrido por las propiedades curativas y alimenticias de las plantas y árboles que allí crecen, tras observar cómo un joven subía con la gracilidad de un pájaro hasta lo alto de una palmera, tocaba con la punta de los dedos el cielo, y saltaba a la contigua; todos, aldeanos y extranjeros, se sentaron en las mesas de madera para comer con la mano recetas saraswat, usando hojas de palma a modo de platos. Tras el feni de rigor, la comida finalizaba con bailes y música desenfrenados.

Horas después, cuando el pasado 14 de noviembre el sol comenzó a ocultarse, la plantación Savoi recuperó el silencio que es propio a la naturaleza. Las quietas aguas de la playa de Sinquerim se volvieron cobrizas. La señora de Menezes dirigió sus lentos pasos hacia el dormitorio, dejando atrás libros, más libros, recuerdos y porcelanas. El Bar Mariano, un día más, cerró sus puertas. Hacía horas que en el mercado de Panjim ya no quedaba pescado. Y el baniano, para entonces, había dejado de dar su necesaria sombra. Sus ramas, sin embargo, seguían retorciéndose como raíces en la tierra, una tierra tan sencilla como este árbol. Un árbol, tan mítico, mágico y milenario, como el país al que simboliza.



DATOS

Geografía: Emplazado en la costa suroccidental de la India, el estado de Goa limita al Norte con el de Maharastra; al Este y Sur, con el de Karnataka y al Oeste, con las aguas del Mar Arábigo.
Población: El estado cuenta con 1.343.998 habitantes.
Clima: Goza de una climatología tropical, con temperaturas que oscilan entre los 32,2º C y los 21 º C, en invierno y los 32,7º C y los 24 º C, en verano, época de monzones.
Cuándo ir: Aunque se puede visitar Goa en cualquier época del año, la mejor es la comprendida entre los meses de noviembre y febrero.
Idioma: En Goa se hablan diversas lenguas: el konkani, marathi e inglés, además del portugués y el hindi.
Moneda: La divisa oficial de la India es la rupia, dividida en 100 paise. Cincuenta rupias, aproximadamente, equivalen a un euro.

EL VIAJE

IMPRESCINDIBLE

1 Ellos. Ni las playas desiertas, ni los atardeceres cobrizos, ni la salvaje naturaleza pueden equipararse a la gente de Goa. Entrañables, hospitalarios, siempre sonrientes, con la conversación a punto, en Goa nadie es tratado como un extraño. Su talante es el más inolvidable de los recuerdos. El motivo para regresar.


2 Fados lejanos. La música en Goa forma parte de la vida diaria y, aunque son numerosas sus tradiciones musicales, los fados llegados del Atlántico hasta el cálido Mar Arábigo se vuelven inolvidables.


3 De dioses y piedras. Goa alberga fascinantes iglesias y templos. Desde la Sé, la Basílica del Bom Jesus y la de San Francisco de Assis, hasta los templos hindúes, como el de Shri Shantadurga, o el de Shri Mhalasa Narayani, dedicado a Vishnu. Tal sincretismo le concede una magia indescriptible.


4 Gastronomía fascinante. Amalgama de la india, la portuguesa y la brasileña, su cocina posee sabores y aromas insospechados. Los platos típicos son el delicioso curry de pescado, los sannas y el xacutti (pollo con coco). Para beber, feni, un aguardiente sólo apto para valientes.


5 India para principiantes. Dice Dominique Lapierre que la India «es un choque que puede provocar un rechazo total, pero que la mayoría de las veces desemboca en una loca pasión...». Y sugiere al viajero occidental una «iniciación lenta y gradual». Goa es quizás el lugar idóneo para adentrarse con suavidad en este fascinante país-continente.


6 A través de los libros. Para ‘viajar’ a la India sin billete de avión, el irrepetible Dios de las Pequeñas Cosas, de Arundathi Roy, La Casa de los Mangos Azules, de David Davidar (ambos en Anagrama), o Ayuno, Festín (Alianza), de Anita Desai .


7 Bendita Ayurveda. La ‘ciencia de la vida’ es el sistema curativo natural de la India. Muchos de los hoteles ponen a disposición de sus clientes ‘spas’ y centros de masaje donde, a través de esta medicina yógica milenaria, relajar el cuerpo y el alma.


8 De compras, ¿cómo no? En cualquier lugar, a cualquier hora. En los mercados, la calle, en tiendas convencionales... En Goa podrá adquirir sedas, tés, curries y anacardos, tallas, ropa y babuchas, piedras, joyas, papel y miles de fascinantes objetos traídos desde otros lugares del país.


9 Goa era una fiesta. Ante el estupor general, lo que era una cena ‘formal’ se transformó en una bulliciosa fiesta. Siempre que haya música en Goa habrá bailes. Bajo las estrellas, al ritmo de sonidos jamás escuchados, cualquier velada es una fiesta.


10Contrariando a Kipling. Escribió Kipling (Bombay, 1865) en uno de sus poemas: «Oriente es Oriente y Occidente es Occidente, y ambos nunca coincidirán», sin embargo, en Goa ambas realidades se diluyen, conformando un mundo diferente. Cercano y distante. Conocido e intrigante.

GUIA

COMO LLEGAR
La manera más cómoda de llegar a Goa es mediante un vuelo charter. La compañía aérea Thomas Cook (Internet: www.thomascook.com y en su agencia de viajes) opera varios vuelos semanales, desde Alemania, a este estado del sur de la India. Además, cuenta con una oficina en la capital ( Alcon Chambers, 8. Tfno: 832 22 13 12), donde pueden contratarse extensiones y otros servicios, como alquileres, cambio de divisas y hoteles.

DONDE DORMIR
En cualquiera de los hoteles que posee la prestigiosa cadena hotelera india Taj (Tfno/ Fax. de reservas: 91 547 29 77). Así, el exquisito Fort Aguada Resort (E-mail: fortaguada.goa@tajhotels.com) se emplaza sobre una bonita playa, frente a un fuerte levantado por los portugueses en el siglo XVII. Lo componen 130 habitaciones, la mayoría de ellas ubicadas en espaciosas villas. En la misma playa, el Taj Holiday Village (E-mail: village. goa@tajhotels.com) ofrece bungalós de arquitectura local, de una y hasta ocho habitaciones. Con numerosas instalaciones para los más pequeños es el hotel ideal para ir con niños. En cambio, el lujoso Aguada Hermitage (E-mail: hermitage.goa @tajhotels. com) fue especialmente edificado como ‘retiro’ para los jefes de Gobierno de la Commonwealth. Encaramado en lo alto de una colina, ofrece unas vistas impresionantes sobre el Mar Arábigo. El Taj Exotica (E-mail: exoticabc.goa@tajhoteles.com), en la sureña Benaulim, es un complejo de lujo ubicado en una playa fascinante y cuenta con campo de golf.

MAS INFORMACION
Para visados y otras informaciones, Embajada de la India en Madrid: Avenida Pío XII, 30-32. Tfno: 902 90 10 10. Internet: www.embajadaindia.com.

GRACIAS A UN VISIONARIO

Si a alguien se debe el mundo de los viajes, tal y como lo conocemos hoy, es a un visionario llamado Thomas Cook que hizo algo tan grande y tan simple como permitir que la gente normal pudiera viajar, conocer el mundo. Aunque impensable, ya no había que ser ni aventurero ni explorador para viajar a África o a Asia. Y fue también él quien supo que la India, ‘la joya de la corona’, debía estar al alcance de cualquiera: en 1881 establecía su primera oficina en Bombay.

 
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