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 DIRECTORIO   Mayo de 2004, número 31
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EUROPA CERCANA
La blanca luz de Lisboa
PORTUGAL. El nuevo espíritu de esta ciudad pujante, bella y luminosa convive con el legado arquitectónico de antaño sin restarle un ápice de encanto
FRANCISCO LÓPEZ-SEIVANE
Dos iconos de la ciudad: el Monumento a los Descubridores y el Puente 25 de Abril.
   

Destacando sobre el manto de terciopelo verde de Lusitania, Lisboa es una enceguecedora mancha de luz blanca que despide eternamente las aguas del Tajo cuando ya éstas se entregan, anchas, oscuras y cansadas, al azul intenso del Atlántico. Soñada por Ulises, fundada por fenicios, ocupada por griegos, cartagineses y romanos, conquistada por los moros de Alá y reconquistada por cruzados cristianos cuatro siglos después, la ciudad más occidental de Europa atesora reliquias de todas sus etapas históricas. Las siete colinas sobre las que se asienta son hoy otros tantos barrios de casas apretadas y calles tortuosas que conservan el sabor genuino de otras épocas.

A las nueve y media de la mañana del día de Todos los Santos de 1755, la tierra tembló, el mar se alzó formidable sobre las aguas del río y una inmensa ola barrió la ciudad, arrastrando consigo en su resaca cuantas personas y cosas halló desprendidas a su paso. Fue una catástrofe sin precedentes que dejó parte de la ciudad sumergida para siempre en el río y llena de escombros, caos y destrucción al resto.

Tamaña desgracia, sin embargo, marcó el inicio de la Lisboa moderna y reconstruida que hoy podemos admirar, con sus calles empedradas de adoquines de basalto y sus aceras apretadas de blancas piedras calizas que los pacientes cantuneros clavan una a una sobre un lecho de arena. Desde lo alto del parque de Eduardo VII, la Lisboa de hoy desciende elegantemente por la ancha y arbolada Avenida da Liberdade hasta la Plaza do Rossio, verdadero punto emblemático de la ciudad, donde se congregan visitantes de todos los rincones del planeta. Desde lo alto de una columna de piedra blanca en medio de la plaza, la imagen del emperador Maximiliano de Méjico observa perplejo el enjambre de rostros negros que se mueven con naturalidad entre lugareños y visitantes.

Son africanos de Mozambique, Cabo Verde y Angola, cuya presencia nos recuerda, mejor que los libros de historia, que Lisboa fue hasta hace poco la metrópoli de una gran potencia colonial. ¿Y qué hace la estatua de un emperador mejicano en plena plaza del Rocío?

A muchos lisboetas les sorprenderá saber que la imagen que preside su emblemática plaza no es la del rey Pedro IV, que la ciudad había encargado a un prestigioso taller de escultura francés, sino que corresponde al prócer mejicano, cuya reproducción había sido encomendada también al mismo escultor. Ambas figuras fueron despachadas equivocadamente a sus respectivos destinos, sin que nadie advirtiera el fallo hasta mucho más tarde, cuando ya se pensó que sería mejor dejar las cosas como estaban.

Desde el Rossio hasta la grandiosa explanada de la Plaza do Comerço, que se abre al río, se extiende el barrio comercial de Baixa, una serie de calles estrechas, de impecable trazado, que se construyeron tras el terremoto. Es la parte más baja y plana de la ciudad, la que hierve cada día con sus millares de tiendas y boutiques, alineadas en largas calles peatonales frecuentadas por turistas. Son ringleras de edificios idénticos que discurren como un río entre la dominante altura del Castillo de San Jorge y el popular Barrio Alto, al que se accede por el ascensor metálico de Santa Justa, otro punto característico de la ciudad.

Y ya todo lo demás son cuestas, subidas y bajadas, calles empinadas, miradores y tranvías que trepan penosamente por los serpenteantes adoquinados de los barrios. Lisboa, en un inacabable juego de espejos, se mira a sí misma desde los infinitos puntos de vista que son sus miradores. El más notable, el reconstruido castillo de San Jorge, es la fortaleza sobre la que se asentó la ciudad hace más de 3.000 años.

A su espalda, las tortuosas calles de la Alfama constituyen el barrio moro y judío de la ciudad, donde se levantaban las viviendas de los poderosos durante la ocupación y hoy se arraciman las casas, estiradas unas sobre otras, para asomarse al río. Todo el sabor de la morería y de la judería puede hallarse aún en algunas calles, tan estrechas que no pasaría un coche por ellas y en cuyos balcones se orean desinhibidamente las coladas familiares.

ORIGEN DE NUEVAS RUTAS. Río arriba, en lo más protegido del puerto, se halla Belem, punto de partida de las grandes expediciones marinas que hicieron historia y cuyas gestas han cristalizado en monumentos como el Monasterio de los Jerónimos, que conmemora el descubrimiento por Vasco de Gama de la nueva ruta a las Indias que cambiaría para siempre la historia de la navegación.
Se trata de un edificio inclasificable por su sorprendente belleza, con elementos góticos y renacentistas, singularizados por las aportaciones manuelinas, tan características de la época y de las que también se benefició la impresionante Torre de Belem, sin duda el monumentos más fotografiado de Portugal.

Si el terremoto del siglo XVIII dejó a Lisboa postrada en su esplendor, la Expo de 1998, cuyas magníficas instalaciones han sido rebautizadas como Parque de las Naciones, ha marcado un punto de inflexión en la recuperación del lugar que le corresponde en el concierto de las grandes urbes del mundo.
El nuevo espíritu de esta ciudad pujante, bella y luminosa quizá lo encarne mejor que nada la nueva Estación de Oriente, una audaz estructura arquitectónica que recuerda el esqueleto de una catedral gótica. Lo nuevo y lo viejo, la historia y la modernidad combinadas para proyectar en una sola imagen todo lo que tiene que ofrecer una de las ciudades más entrañables e injustamente olvidadas de Europa.



DATOS

Geografía: Lisboa, la capital de Portugal, está emplazada en la desembocadura del río Tajo, en la costa atlántica de la Península Ibérica. Se trata de la ciudad más occidental del Viejo Continente, y cuenta con un área de 1.000 km2.
Población: La ciudad cuenta con unos 600.000 habitantes.
Clima: Lisboa goza de un clima continental suave. Los veranos son cálidos y secos, aunque los suaviza la cercanía del mar.

GUIA

COMO LLEGAR
La compañía portuguesa TAP (Tfno: 901 11 67 18) vuela diariamente a Lisboa desde Madrid, a partir de 182 euros y desde Barcelona, a partir de 235 euros. Viajes El Corte Inglés (Tfno: 902 400 454) ofrece fines de semana en la capital lusitana (tres días, dos noches) por 268,75 euros por persona, incluyendo vuelos, traslados, alojamiento en habitación doble y desayuno.

DONDE DORMIR
La cadena Tryp Meliá (Internet: www.solmelia.com) cuenta con dos establecimientos en Lisboa. Por su céntrica situación, próximo a la Plaza del Marqués de Pombal, y excelente relación calidad/precio, recomendamos el TRYP Lisboa, de cuatro estrellas (Duque de Lule, 45. Reservas: 902 14 44 44). Los fines de semana no cuestan más de 50 euros por persona en habitación doble, desayuno incluido.

DONDE COMER
Entre las muy diversas opciones recomendamos A Travessa (Tfno: 21 390 20 34), un restaurante excelente de buen precio. Otras buenas opciones son Casa da Comida (Tfno: 21 388 53 76), así como D'Avis (Tfno: 21 868 13 54). En cuanto a los cafés, son indispensables A Brasileira, en el Chiado, y el Arcada do Martinho, en la Plaza do Comerço, ambos frecuentados por Fernando Pessoa. El Pavilhao de Chines (rua Dom Pedro V, 89. Barrio Alto) es simplemente fascinante.

MAS INFORMACION
En la Oficina de Turismo de Portugal en Madrid (Pº de la Castellana, 141-17º. Tfno: 91 761 72 26). Así como en el Tfno: 902 88 77 12. Internet: www.portugalinsite.pt.

 
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