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 DIRECTORIO   Enero 2005, número 38
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Las playas de Sri Lanka, las islas coralinas de Maldivas o los paisajes del sur de Tailandia han atraído desde siempre a viajeros y escritores
Memorias desde el Paraíso
Llegué a Sri Lanka buscando la isla de Taprobane que Paul Bowles había comprado en 1952 y era uno de los refugios del escritor. En los años 30, el extravagante conde francés Mauny-Talvande había construido en ella una enorme casa octogonal que recordaba el Taj Mahal y no tenía puertas porque deseaba sentir la brisa del mar en el interior...
CRISTINA MORATÓ
En Maldivas, complejos como el Rihiveli Resort han quedado destruidos por el maremoto. Los esfuerzos se han multiplicado para que imágenes como ésta vuelvan a ser admiradas en un futuro no muy lejano./ FOTOS: C. MORATÓ
... de todas sus habitaciones. El conde, al que muchos creían un espía, quiso reproducir el Jardín del Edén en medio del Índico y rodeó la casa de un cuidado jardín botánico con plantas nunca antes vistas en estas latitudes.

Desde tiempos inmemoriales, la isla de Ceilán se asoció con el paraíso terrenal. Para los marineros árabes era Serendib, en alusión a un placentero estado de ánimo que te embriaga cuando vives en ella. Los ingleses se enamoraron de sus verdes colinas, que les trasladaban a Devon, y construyeron casas de piedra de estilo Tudor en sus infinitos campos de té. Para los escritores, aventureros y viajeros románticos que llegaban a sus costas era un sueño oriental de pecaminosas especias, vegetación tropical, zafiros del tamaño de un huevo, reyes enjoyados, palacios de ensueño y kilómetros de playas desiertas.

Para llegar a la isla de Bowles hay que seguir desde Colombo, en dirección al sur, una sinuosa carretera que corre paralela al mar y atraviesa playas de ensueño ocultas por cocoteros, plantaciones de caucho y aldeas de pescadores como Weligama, donde los hombres pescan encaramados sobre sus zancos.

A unos cien metros de la orilla, frente a la playa, se divisa un montículo barrido por las olas y cubierto de tupida vegetación. El autor de El cielo protector encontró la felicidad en esta diminuta isla de basalto negro que no tenía agua potable ni luz eléctrica, y sí centenares de murciélagos que de noche invadían sus aposentos. En sus memorias, Bowles recordaba que cuando vivía en la isla de Taprobane se levantaba muy temprano, se ponía su sarong, tomaba una taza de té y cruzaba un sendero para contemplar la salida del sol antes de sentarse a escribir La casa de la araña.

En ocasiones, se escapaba a Galle y le gustaba pasear por la muralla del fuerte portugués que rodea la ciudad y donde al atardecer se repite siempre el mismo ritual: las mujeres envueltas en sus saris de colores miran en dirección a la India, los musulmanes realizan sus plegarias y las jóvenes estudiantes con sus uniformes blancos —herencia británica— y largas trenzas color azabache juegan a escapar de las olas que embisten con fuerza el malecón.

En aquel mismo viaje a Sri Lanka, Arthur Clarke —autor de la novela 2001 Odisea en el espacio— me concedió una entrevista en su refugio de Colombo. Vestido como Paul Bowles, a la oriental con un largo sarong y los pies descalzos, me confesó que para un amante del submarinismo como él, los ricos fondos marinos de Maldivas eran un reino fantástico por descubrir y decidió quedarse a vivir aquí para explorarlos. Desde el aire, el archipiélago de las Maldivas recuerda un puñado de esmeraldas esparcidas sobre un tapete de terciopelo azul intenso. Miles de islas yacen desperdigadas en medio del océano Índico, a unos 670 kilómetros de la vecina Sri Lanka.

Nadie sabe exactamente cuántas hay, pero ninguna se alza a más de dos metros de altura sobre el nivel del mar y serían barridas por las olas de no estar protegidas por los arrecifes coralinos. Algunas son diminutas, de una redondez casi perfecta, y pueden recorrerse en apenas quince minutos. Tienen el corazón verde y frondoso y están rodeadas de una circunferencia de arena tan blanca que parecen polvos de talco.

HECHIZO DE SOLEDAD. Yo encontré mi propio paraíso en una isla del atolón de Addu, el más meridional de las Maldivas y adonde apenas llegan los turistas. Fua Mulaku, «única en su hechizo de soledad», como la definía un navegante del siglo pasado, es apenas un pedazo de tierra que se sostiene por sí mismo, sin un anillo de arrecifes que la proteja como a las demás. Los dhonis no pueden desembarcar en la isla, pues corren el riesgo de quedarse varados. La única forma de llegar a la orilla es a hombros de los fornidos pescadores que, con el agua hasta la cintura, se acercan a la embarcación para ayudar a los pasajeros.

Una vez en tierra firme, uno descubre por qué para los propios maldivos de todas las islas, es ésta la más hermosa y favorecida por la naturaleza. No hay hoteles en Fua Mulaku, pero en este océano de las maravillas donde los senderos son de coral, no se necesitan.



Mapa de la desolación

Vuelta a la normalidad. Un mes después del ‘tsunami’ que arrasó gran parte del Sudeste Asiático, la vida retoma poco a poco su curso. Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), los dos países más afectados han sido Indonesia y Sri Lanka. En este último, la región más dañada ha sido la de Ampara, al sur de la isla, con las infraestructuras destrozadas por la acción de las olas. En Indonesia, las provincias de Aceh, Sumatra y Aceh del Norte han visto cómo las comunicaciones por carretera quedaban cortadas, aunque paulatinamente se vuelve a la normalidad, con la reapertura de mezquitas, hospitales y el aprovisionamiento de comercios. Tailandia, uno de los paraísos del turismo internacional, ya ha entrado en fase de reconstrucción. Allí el ‘tsunami’ ha golpeado centros turísticos como Phuket y la región de Krabi, y aunque las playas de Phuket se han visto gravemente afectadas, la mayoría de sus hoteles han salido indemnes. En Maldivas, los servicios geográficos tendrán que elaborar de nuevo el mapa del archipiélago, después de que decenas de diminutas islas hayan cambiado de posición o desaparecido de la faz de la Tierra. No obstante, 64 de sus 87 complejos turísticos siguen funcionando con normalidad, según fuentes de la OMT. En Malasia, a su vez, los destinos de Langkawi y Penang han vuelto a la normalidad y sólo algunos hoteles de primera línea de playa se han visto seriamente afectados por la acción del maremoto.

 
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