UN DOCUMENTO DE
DIRECTORIO
Portada
Obituario
7 / 4 / 2003,
un día trágico
Crónicas
Muertos en acto de servicio
Diálogos con Julio
In Memoriam
Álbum
"Ser periodista es un oficio, igual que un médico. Sabes que tienes que cumplir un deber y lo haces"
 

Homenaje a Julio A. Parrado, a 'los ojos que todo lo querían ver'

‘Escuché el silbido y después la explosión… Sentí un dolor terrible’


MICHAEL WEBER
(Transcripción de Carlos Fresneda)

Soy el mayor Michael Weber. Yo era el cirujano jefe de la unidad con la que viajó Julio A. Parrado en Irak, en la Tercera División de Infantería. También era un amigo muy cercano, y lloré muchísimo su muerte. Como testimonio de nuestra amistad me han quedado estas fotografías, que he decidido compartir con su familia y con sus conocidos.

También me quedé con su gorro, el mismo que llevó durante toda la travesía. Sin razón aparente, me lo dio minutos antes de que ocurriera el fatal desenlace. «Toma, Mike, quédate con él», me dijo.

Estuvo a punto de entrar ese día en Bagdad con los tanques de nuestra división; el coronel le estimaba mucho y le ofreció un puesto. Pero decidió quedarse atrás precisamente por precaución, y se encaminó hacia el centro de comunicaciones donde luego encontró la muerte.

Nadie lo esperaba. Creíamos que estábamos seguros. Ahora vuelvo la vista atrás y pienso que quizás pecamos de triunfalistas antes de tiempo. Izamos la bandera americana en el edificio destartalado, el único en muchos metros a la redonda. Había aparcados casi medio centenar de vehículos militares alrededor. Era un blanco perfecto...

Fue un misil iraquí. Golpeó nuestras posiciones desde el noroeste. Yo creí al principio que se trataba de un avión en vuelo rasante... Estaba montando el hospital de campaña, a algo más de 200 metros del centro de comunicaciones, cuando escuché el silbido, y después la explosión que reventó el edificio.

Julio murió en el acto, como el otro periodista que estaba con él y los dos militares. Sentí un dolor terrible por su muerte. Recé una oración por él en el sepelio que hicimos el día después. Se había convertido en pocos días en uno de mis mejores amigos. Hablamos muchísimo de nuestras vidas y de nuestras familias. Y pese a la dureza de las condiciones y a la tragedia de la guerra, siempre conservamos el buen humor y las ganas de vivir. Ya estábamos haciendo planes para la vuelta.

Le conocí a mediados de marzo en Kuwait, antes de que empezara la guerra. Vino con un grupo de periodistas a que les explicáramos cómo funcionaba el hospital. Julio mostró un gran interés por nuestra labor; me quedé con su cara y con su simpatía.

Unos días después, cuando se estaba distribuyendo a los periodistas para la partida, volví a acordarme de él. Le dije que tenía un sitio en mi 'humvee' (jeep militar todoterreno) y que si se animaba podía hacer el trayecto con nosotros. Aceptó encantado, y no tardó en congeniar con el chófer, Rogelio Zapata, mexicano. Los dos se pasaban largas horas hablando en español... Yo era casi el único que no hablaba español en mi unidad; me da vergüenza reconocerlo.

Julio era uno de los tipos más sociables que he conocido en mi vida. Se metió a todo el mundo en el bolsillo; nos hacía reír frecuentemente. Y nos ayudaba en todo lo que podía: al poco de entrar en Irak se convirtió en el correo de muchísimos soldados, a los que se ofreció para enviar e-mails a sus familias. Nunca escatimaba ningún esfuerzo... y no paraba de trabajar.

Parece que aún lo estoy viendo, escribiendo con su ordenador portátil en la parte de atrás del 'humvee', cubriéndolo con plásticos para que no entrara la arena en el teclado y mimándolo como si fuera casi un niño. Se podía pasar horas y más horas tecleando, sin importarle los baches. Y podías decir que vivía lo que escribía: no había más que mirarle la cara. Una de esas fotos decidí enmarcarla, y desde ese día la llevo conmigo a todos los lados...

A los pocos días sufrimos un percance y se nos gripó el 'humvee'... Lo pasamos bastante mal, en medio de la tormenta de arena, esperando a poder cambiar de vehículo. Fue la única etapa realmente dura de la travesía. Dentro de los rigores del desierto, tuvimos suerte y viajábamos sin demasiadas estrecheces. La parte de atrás del 'humvee' se convirtió en algo así como la oficina portátil de Julio. Como yo era el responsable de las raciones, solía agasajarle al final del día con una comida extra. Tenía un apetito bastante saludable.

Mi trabajo consistía en atender heridos, tanto americanos como iraquíes. Julio colaboró con nosotros en todo lo que pudo, e intimó mucho con los paramédicos. El coronel y los mandos también le estimaban bastante. Toda su simpatía natural se mutaba en seriedad y formalidad a la hora del trabajo. Aún recuerdo el interés que se tomó con los primeros presos iraquíes; se arrodilló a su lado, embutido en el aparatoso traje de protección contra los ataques químicos, y pasó allí casi dos horas, intentando descifrar sus palabras a través de un intérprete, a pesar del terrible calor.

Cuando más hablábamos era por las noches, mientras intentábamos conciliar el sueño a la intemperie, junto a la parte trasera del 'humvee'. Los mosquitos nos comían vivos, y casi teníamos costras de sudor. Pero el cuerpo se acaba haciendo, y Julio mostró una gran capacidad de adaptación. A mí me resultaba increíble pensar en cómo podía escribir en esas circunstancias. Yo le escribía a veces a mi novia, Jennifer, y le hablaba muchísimo de Julio.

EN PRIMERA LÍNEA

También recuerdo su afán por verlo todo con sus ojos: siempre quería estar en primera línea de acción, pero sin protagonizar ninguna temeridad. Pese a que no tenía experiencia de guerra, demostró una tremenda prudencia en todo momento. En más de una ocasión nos pasó cerca el fuego real. La visión de los primeros heridos, también lo recuerdo, le causó bastante impresión, aunque la verdad es que íbamos preparados para algo mucho peor.

Desde el principio supimos que nos iba a tocar abrir el camino hacia Bagdad. Julio también lo sabía, y creo que en el fondo estaba muy orgulloso de poder contar lo que veía no desde la retaguardia, sino desde la primera línea de fuego. Le gustaba comentar lo que estaba escribiendo. A mí me dijo que me tenía reservado un capítulo en el libro que pensaba escribir a la vuelta.

Yo regresé con mi unidad hace tres semanas, y una de las primeras cosas que hice fue pasar a papel las fotos digitales de Julio. No dejo de pensar en él. Por eso he decidido ponerme en contacto con vosotros y compartir brevemente mis recuerdos.

 
 
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