Homenaje a Julio A. Parrado, a 'los
ojos que todo lo querían ver'
Escuché
el silbido y después la explosión
Sentí un dolor terrible
MICHAEL
WEBER (Transcripción de Carlos Fresneda)
Soy el mayor Michael Weber. Yo era el cirujano jefe de
la unidad con la que viajó Julio A. Parrado en
Irak, en la Tercera División de Infantería.
También era un amigo muy cercano, y lloré
muchísimo su muerte. Como testimonio de nuestra
amistad me han quedado estas fotografías, que he decidido
compartir con su familia y con sus conocidos.
También me quedé con su gorro, el mismo
que llevó durante toda la travesía. Sin razón
aparente, me lo dio minutos antes de que ocurriera el fatal
desenlace. «Toma, Mike, quédate con él»,
me dijo.
Estuvo a punto de entrar ese día en Bagdad
con los tanques de nuestra división; el coronel le
estimaba mucho y le ofreció un puesto. Pero decidió
quedarse atrás precisamente por precaución,
y se encaminó hacia el centro de comunicaciones donde
luego encontró la muerte.
Nadie lo esperaba. Creíamos que estábamos seguros.
Ahora vuelvo la vista atrás y pienso que quizás
pecamos de triunfalistas antes de tiempo. Izamos
la bandera americana en el edificio destartalado, el único
en muchos metros a la redonda. Había aparcados casi
medio centenar de vehículos militares alrededor. Era
un blanco perfecto...
Fue un misil iraquí.
Golpeó nuestras posiciones desde el noroeste. Yo creí al principio
que se trataba de un avión en vuelo rasante... Estaba montando el hospital
de campaña, a algo más de 200 metros del centro de comunicaciones,
cuando escuché el silbido, y después la explosión que reventó
el edificio.
Julio
murió en el acto, como el otro periodista que estaba
con él y los dos militares. Sentí un dolor terrible
por su muerte. Recé una oración por él
en el sepelio que hicimos el día después. Se
había convertido en pocos días en uno de
mis mejores amigos. Hablamos muchísimo de nuestras
vidas y de nuestras familias. Y pese a la dureza de las condiciones
y a la tragedia de la guerra, siempre conservamos el buen
humor y las ganas de vivir. Ya estábamos haciendo
planes para la vuelta.
Le conocí a mediados de marzo en Kuwait, antes de
que empezara la guerra. Vino con un grupo de periodistas a
que les explicáramos cómo funcionaba el hospital.
Julio mostró un gran interés por nuestra labor;
me quedé con su cara y con su simpatía.
Unos días después, cuando se estaba distribuyendo
a los periodistas para la partida, volví a acordarme
de él. Le dije que tenía un sitio en mi 'humvee'
(jeep militar todoterreno) y que si se animaba podía
hacer el trayecto con nosotros. Aceptó encantado, y
no tardó en congeniar con el chófer, Rogelio
Zapata, mexicano. Los dos se pasaban largas horas hablando
en español... Yo era casi el único que no
hablaba español en mi unidad; me da vergüenza
reconocerlo.
Julio era uno de los tipos más sociables que
he conocido en mi vida. Se metió a todo el mundo en
el bolsillo; nos hacía reír frecuentemente.
Y nos ayudaba en todo lo que podía: al poco de entrar
en Irak se convirtió en el correo de muchísimos
soldados, a los que se ofreció para enviar e-mails
a sus familias. Nunca escatimaba ningún esfuerzo...
y no paraba de trabajar.
Parece que aún lo estoy viendo, escribiendo con
su ordenador portátil en la parte de atrás
del 'humvee', cubriéndolo con plásticos para
que no entrara la arena en el teclado y mimándolo como
si fuera casi un niño. Se podía pasar horas
y más horas tecleando, sin importarle los baches.
Y podías decir que vivía lo que escribía:
no había más que mirarle la cara. Una de esas
fotos decidí enmarcarla, y desde ese día la
llevo conmigo a todos los lados...
A los pocos días sufrimos un percance y se nos gripó
el 'humvee'... Lo pasamos bastante mal, en medio de la tormenta
de arena, esperando a poder cambiar de vehículo.
Fue la única etapa realmente dura de la travesía.
Dentro de los rigores del desierto, tuvimos suerte y viajábamos
sin demasiadas estrecheces. La parte de atrás del 'humvee'
se convirtió en algo así como la oficina portátil
de Julio. Como yo era el responsable de las raciones, solía
agasajarle al final del día con una comida extra. Tenía
un apetito bastante saludable.
Mi
trabajo consistía en atender heridos, tanto americanos
como iraquíes. Julio colaboró con nosotros en
todo lo que pudo, e intimó mucho con los paramédicos.
El coronel y los mandos también le estimaban bastante.
Toda su simpatía natural se mutaba en seriedad y
formalidad a la hora del trabajo. Aún recuerdo
el interés que se tomó con los primeros presos
iraquíes; se arrodilló a su lado, embutido en
el aparatoso traje de protección contra los ataques
químicos, y pasó allí casi dos horas,
intentando descifrar sus palabras a través de un intérprete,
a pesar del terrible calor.
Cuando más hablábamos era por las noches, mientras
intentábamos conciliar el sueño a la intemperie,
junto a la parte trasera del 'humvee'. Los mosquitos nos
comían vivos, y casi teníamos costras de
sudor. Pero el cuerpo se acaba haciendo, y Julio mostró
una gran capacidad de adaptación. A mí
me resultaba increíble pensar en cómo podía
escribir en esas circunstancias. Yo le escribía a veces
a mi novia, Jennifer, y le hablaba muchísimo de Julio.
EN PRIMERA LÍNEA
También recuerdo su afán por verlo todo
con sus ojos: siempre quería estar en primera línea
de acción, pero sin protagonizar ninguna temeridad.
Pese a que no tenía experiencia de guerra, demostró
una tremenda prudencia en todo momento. En más
de una ocasión nos pasó cerca el fuego real.
La visión de los primeros heridos, también lo
recuerdo, le causó bastante impresión, aunque
la verdad es que íbamos preparados para algo mucho
peor.
Desde el principio supimos que nos iba a tocar abrir el camino
hacia Bagdad. Julio también lo sabía, y creo
que en el fondo estaba muy orgulloso de poder contar
lo que veía no desde la retaguardia, sino desde la
primera línea de fuego. Le gustaba comentar lo que
estaba escribiendo. A mí me dijo que me tenía
reservado un capítulo en el libro que pensaba escribir
a la vuelta.
Yo regresé con mi unidad hace tres semanas, y una
de las primeras cosas que hice fue pasar a papel las fotos
digitales de Julio. No dejo de pensar en él.
Por eso he decidido ponerme en contacto con vosotros y compartir
brevemente mis recuerdos.
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