Diálogos con Julio
por ANA BUENO*
«¡Están en el Palacio principal de Sadam;
lo podéis contar!», gritaba Julio desde su teléfono
satélite a las 6.30 de la mañana hora española
casi una hora antes de que las agencias recogieran la
noticia-. Y desde Pradillo 42, con el escepticismo de cada
día, le espetábamos «¿seguro Julio?».
«Que me lo cuenta por radio el comandante subido a un
tanque desde el mismísimo palacio
».
Ayer, otra vez, contábamos la guerra en directo. Como
lo hemos podido hacer en los últimos días gracias
a sus llamadas. Estaba entusiasmado con la posibilidad de
verlo y contarlo. Tal y como el mando de la Tercera División
informaba de los últimos avances, con la prudencia
del que sabe con quien trata, Julio llamaba con todos los
datos y nosotros los recogíamos en elmundo.es. Antes,
durante y después.
La entrada de las tropas de EEUU en la capital de Irak fue
el último acontecimiento que nos relató casi
al minuto. La noche anterior supo que no viajaría entre
la misión de periodistas que iban a acompañar
a la Tercera División en el ataque a los palacios de
la capital. Su chaleco antibalas no era, según los
estadounidenses, suficientemente seguro: «Pero aún
así, me lo pensé
Hasta que llegaron al
hospital de campaña dos soldados heridos por fuego
de mortero y me contaron que si no llega a ser por el chaleco
que llevaban hubieran muerto. Me decidí finalmente
a quedarme donde estaba». El instinto, maldito esta vez,
y la precaución hicieron a Julio permanecer donde estaba.
A 15 kilómetros de la capital, junto a su colega alemán.
Pero además, nos tenía sobreaviso. Su penúltimo
'chivatazo' llegó la noche del domingo. Directamente
desde el mapa de operaciones de la Tercera División:
«Atención con el amanecer
va a ocurrir algo
gordo». Y ocurrió. El último mensaje, ayer.
«En media hora van a derribar la estatua de Sadam en
el parque del complejo presidencial, pero sólo cuando
estén ahí las cámaras de la Fox».
Y también ocurrió. Julio, el reportero de guerra
'novato', no se equivocó en ninguna de sus previsiones.
Contaba la guerra como si hubiera vivido ya unas cuantas.
Con la misma naturalidad con la que te hablaba de sus vacaciones
en los Caños, el último concierto de 'flamenquito'
o sus visitas al gimnasio
Ni siquiera parecía
ser consciente desde el frente de que era para nosotros la
auténtica voz de la guerra. Como Mónica G. Prieto
desde Bagdad. Las voces verdaderas de la guerra en las páginas
de EL MUNDO, la voz de los hechos y los horrores, las victorias
y las derrotas en directo en elmundo.es. « ¿Qué
tal me han dado lo que escribí ayer?», preguntaba
en referencia a su crónica del sábado, la de
la primera entrada de las tropas en Bagdad. «En portada,
Julio, y a cinco columnas
¿De verdad?,
¿otra vez?».
«¿Y de verdad está quedando bien lo que
damos en Internet?», insistía. En una de nuestras
mesas se esconde entre el desorden del día una carpeta
azul donde se lee 'Julio'. Ahí quedan las portadas
impresas de nuestra edición digital que le guardábamos
para su vuelta.
Llamaba cada día, cada hora si hacía falta,
relataba con el máximo detalle las operaciones en curso,
apuntaba las tácticas siguientes y siempre encontraba
momento para la distensión: «Quién me iba
a decir que iba a estar por aquí», «Me muero
por una cervecita, ¡y por ducharme!». Lo escuchabas
y lo imaginabas allí, entre tanto soldado caqui, con
su acento cordobés ya casi neoyorquino, y su vitalidad,
su alegría, su sensatez
Su tono, más 'acelerado'
de lo normal en estos días, sólo se interrumpía
por impresionantes silencios que permitían escuchar
al otro lado del teléfono el sonido de los misiles
que caían a unos metros.
Julio solía contar cómo las tropas estadounidenses,
muy bien equipadas y entrenadas, tenían sin embargo
una enorme inexperiencia que les hacía cometer continuos
y mortales errores. El viernes pasado, junto a otros compañeros,
se vio atrapado por unos momentos entre dos fuegos. Cuando
vivía esos instantes de miedo, la conversación
fue interrumpida al menos por tres fuertes explosiones. «Son
coches que van demasiado deprisa y los americanos los revientan
con sus pasajeros dentro, sin preguntar», nos dijo, para
añadir a continuación que a pesar de esa violencia
brutal, en los hospitales de campaña los heridos iraquíes,
niños, mujeres y hombres eran atendidos con mimo por
médicos militares estadounidenses. Paradojas de la
guerra, «quieren llevarse bien con la población
civil».
Hoy muchos recordábamos en la redacción cuánto
nos extrañaba ver la firma de Julio A. Parrado en los
primeros días de la guerra. Un asombro que se nos 'curó' cuando
empezamos a leer sus crónicas, vivas, humanas y fieles.
En la guerra, como en Nueva York, como en Madrid, como en
Córdoba, encontró el sitio a su medida. A la
medida de la excelente persona que era. Viajaba con la Tercera
División, pero en un lugar muy especial: junto al equipo
médico del hospital de campaña. A Julio, el
'síndrome de Estocolmo' no le llegó con militares
triunfantes subidos sobre tanques impetuosos. Le llegó,
cómo no, con el equipo sanitario: «Qué
tíos, cómo son
excelentes como profesionales
y como personas, cómo tratan a los heridos iraquíes
Son un auténtico equipo de cirugía de elite.
Qué difícil eso de dar tiros y después
curar a los mismos iraquíes».
Y como este triste final de Julio está, sobre todo,
lleno de paradojas y buenas intenciones, una más: desde
su llegada al corazón de la Tercera División,
se convirtió -y nos convirtió- en la vía
de transmisión entre el equipo médico y sus
familias en Estados Unidos. Ideó todas las formas posibles
para conseguir enviar los mensajes de los militares a sus
familias en EEUU. Todos con las mismas dos palabras: estamos
vivos. Fuimos su correa de transmisión. Junto a las
crónicas que enviaba a EL MUNDO, adjuntaba mensajes
personales de sus nuevos compañeros de batalla para
que se las hiciéramos llegar por correo electrónico
a sus familias. Nosotros a su vez reenviábamos a Irak
las palabras de familiares eternamente agradecidos que repetían
a los suyos 'God bless you', 'Take care'. Y sí, los
médicos estadounidenses de la Tercera División
están vivos. Y no han podido hacer nada por el español
Julio.
*Ana Bueno, redactora jefe de elmundo.es, publicó este relato el 8 de abril, 24 horas después de conocer la noticia de la muerte de su compañero de EL MUNDO.
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