Un
príncipe apuesto y soltero, una plebeya lista y bella, miradas y una incontrolable
atracción... Ingredientes de cuento de hadas para una sorprendente
historia "Real" que comenzó a fraguarse en octubre de 2002 en
casa de Pedro Erquicia, director y presentador de "Documentos TV". Entre
los invitados de la que iba a ser sólo una cena tranquila para hablar sobre
el conflicto en Irak se encontraban Letizia Ortiz, compañera de cadena
del anfitrión, y don Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias.
Ambos pasaron buena parte de la velada "charlando y bromeando", según
cuenta Manuel Rubio, subdirector de Informe Semanal. Sin embargo, se dice que
por entonces seguía rondando por la cabeza del heredero Eva Sannum, con
quien volvió a encontrarse en Londres un par de meses después de
conocer a Letizia.
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Don Felipe y Letizia se saludan en la
entrega de los Príncipe de Asturias 2003, cuando su romance aún
era un secreto. | Volverían a cruzarse los caminos de
Felipe de Borbón y Letizia Ortiz en los premios Príncipe de Asturias
de 2002 y en las costas gallegas afectadas por el Prestige, pero pasaron algunos
meses hasta que Don Felipe, quizá mientras se reencontraba con el rostro
de Letizia a la hora del Telediario, se decidió a pedir una cita
a la periodista. La asturiana aceptó y la pareja volvió a verse.
Al parecer, el escenario de su primera cita fue un restaurante del centro de Madrid
al que volvería la pareja durante su noviazgo furtivo. Aquél fue
sólo uno más de un encadenado de encuentros que siempre tuvieron
lugar en el más absoluto secreto. Un juego de misterios que contribuía
a estrechar la complicidad entre ellos. Jornadas de caza en fincas resguardadas,
encuentros en la residencia de Don Felipe, cenas en casa de amigos de máxima
confianza y escapadas al extranjero servían para desarrollar la relación
libre de intromisiones y rodeada de una extrema prudencia.
El Príncipe
apostaba fuerte por ella y se dice que hasta la Infanta Cristina -quien en su
momento también acogió a Eva Sannum en su hogar- puso su granito
de arena para que el romance saliera adelante. Letizia, mientras, se mantuvo como
una tumba sin variar aparentemente nada, ni tan siquiera la estrecha relación
que le unía a su colega David Tejera, presentador de CNN Plus y
ex-presentador de Antena 3, desde que se separó de su marido a finales
de 1999 y que duró hasta el verano. Un móvil dedicado exclusivamente
a recibir las llamadas de Don Felipe contribuía a salvaguardar el silencio.
La elegida pasó con éxito el examen de ser aceptada por
la pandilla del Príncipe el pasado verano en aguas del Mediterráneo.
Letizia Ortiz convivió con el grupo de íntimos en un crucero
de unos días que la llevó por las Baleares a bordo del barco de
unos amigos del futuro monarca. Fue una prueba de fuego para la pareja. Letizia
encajó perfectamente entre los treintañeros de clase alta. A la
vuelta de las vacaciones, ya en Madrid, a la periodista le esperaba la reválida.
Había que conocer a los suegros y esperar el visto bueno. Por si acaso,
el Príncipe dejó claro a sus progenitores que su decisión
no admitía peros. "Esto es lo que hay; o esto, o lo dejo todo".
En términos tan tajantes se pronunció el Príncipe según
afirma Pilar Urbano, biógrafa de la reina Sofía. Sin embargo, no
fue necesario tensar más la cuerda porque los Reyes confesaron estar encantados
con su futura nuera.
Las citas con el Príncipe siguieron sucediéndose
en la capital siempre envueltas en toda la invisible parafernalia del sistema
de seguridad desplegado por expresa orden del heredero de la Corona. De puertas
para afuera, Felipe y Letizia continuaban con su vida habitual para no levantar
sospechas. Él, que durante el verano se había permitido el lujo
de despistar a los periodistas quedando con alguna de esas amigas que habían
dado que hablar -como Gwynelth Paltrow-, continuó con su apretada agenda.
Mientras, ella presentaba cada noche con nervios de acero la segunda edición
del Telediario, cuidando milimétricamente la imagen elegante y formal que
la caracteriza, al mismo tiempo que se preocupaba de mantener sus buenas relaciones
con los compañeros de profesión y de fortalecer sus lazos con cargos
de responsabilidad en los medios, quizá para contar con su apoyo en el
momento de conocerse la noticia.
Sus compañeras más cercanas
en la cadena pública no pasaron por alto el brillo que lucían los
ojos de Letizia. A María Oña la asturiana le confesó que
estaba enamorada, pero que no podía decirle de quién. Con el
tiempo y los rumores Oña ató cabos. «La miré a esos
ojazos que tiene y le dije que ya sabía quién era. Ella me suplicó
por favor que contara que se llamaba Juan y que era diplomático».
El
sábado día 1 de noviembre a las 6 de la mañana, Letizia Ortiz
salió de su casa de Valdebernardo y tomó un taxi hasta el avión
que la apartó del acoso mediático. Unas horas después, la
Casa Real salía al paso de los rumores y conjeturas que habían saltado
a los medios haciendo pública, antes de lo previsto, una de las noticias
más esperadas de los últimos tiempos en España: la boda
del Príncipe de Asturias. El noviazgo del futuro rey de España
se destapaba por fin. Desde aquel momento, a Letizia se le hizo un hueco en el
ala de invitados de La Zarzuela, donde se instaló hasta que la Casa Real
le encontró un lugar más apropiado: un chalé en Aravaca,
su última residencia antes de compartir techo definitivamente con el Príncipe
de Asturias.
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