El niño que gritó puta
RAFA
RODRÍGUEZ
J.T. Leroy
es carne de best-séller. Chapero a los 12 años,
drogadicto y alcohólico hasta los 16, escritor de culto
a los 21, su corta pero intensa peripecia vital vomitada en «sarah»,
su deslumbrante debut literario, lo ha convertido en el chico
de moda. Hollywood ya le ha echado el ojo, claro.
LE
LLAMABAN TERMINATOR. Se lo pusieron los resabiados esquineros
que hacían con él la calle porque no tenía
ni media hostia. Aún conserva el título, como un
trofeo, escondido en la T punto de su nombre. La J punto es de
Jeremiah, apelativo de profeta bíblico. Su abuelo era un
estricto estudioso de la palabra del Señor. No sirvió
de nada. Su madre le tuvo con 14 años, en 1980, en algún
lugar al oeste de la supersticiosa Virginia. Se llamaba Sarah,
gran referente del Viejo Testamento, y era puta. Y yonqui. Ya
murió. Pero tuvo tiempo de regalarle una existencia deconstruida,
apaleada, escatimada entre paradas de camioneros en carreteras
per- didas, maquillados y embutidos los dos en minifaldas de cuero
rosa cuando no estaban en un brete sexual con clientes o novios
de ocasión, antes de abandonarlo en San Francisco a su
suerte. La suerte callejera del chapero.
J.T. Leroy puede que no tuviera ni media hostia pero sobrevivió
a su vida. Sobre todo porque por fin se atrevió a gritar
puta, o sea, a mentar a su madre. Sarah es el título/aullido
de ese particular exorcismo con forma de novela semiautobiográfica
que, inducido por su psiquiatra, el Dr. Owens, ha conseguido salvarle.
Escrita con 19 no tan cándidas primaveras, hace un par
de años revolucionó el panorama editorial anglosajón.
Brillante, dijeron. Best-séller. No logró llamar
la atención intentando ponerse a la altura materna como
prostituta (hasta le robó su nombre), pero hizo de tal
ambición la clave de su éxito.
Ahora tiene 21 y es una estrella. Quizás invisible (siempre
oculta para el público bajo máscaras y ropas femeninas),
aunque muy sonada. Protegida por pesos pesados de la nueva literatura
americana tipo Dennis Cooper (su primer mentor, que lo ha incluido
como personaje en su último libro, Period) y Michael Chabon.
Amada incondicionalmente por chicas del tirón de Shirley
Manson (le inspiró ese Cherry Lips incluido en el más
reciente disco de Garbage) y chicos pujantes como el actor Michael
Pitt (en la página opuesta puedes verle luciendo uno de
los colgantes de hueso de pene de mapache que distingue a la casta
superior de lot lizards putas de carretera en Sarah
y que J.T. oferta on line en su propia web). Adulada por depredadoras
como Courtney Love. Reclamada como articulista/entrevistador por
The New York Times, NY Press, Razor o Dazed & Confused. Tentada
por la televisión (ha escrito el guión de un filme
para la HBO producido por Diane Keaton y proyecta una película
de animación infantil y una serie indie). A punto para
asaltar Hollywood con la adaptación cinematográfica
de Sarah en la que se ha empeñado Gus Vant Sant, un alma
gemela.
Hace unos meses publicó su segundo libro en el mercado
anglosajón, The Heart Is Deceitful Above All Things, una
colección de relatos cortos que escribió antes que
Sarah y que ahora surgen como su continuación. El mismo
éxito. Pero él confiesa con su vocecilla atiplada
al otro lado del teléfono continúa visitando
a su psiquiatra seis días a la semana.
PREGUNTA: El médico te recetó escribir. ¿Es
la medicina más amarga que has probado?
RESPUESTA: No especialmente. Quiero decir, no había elección.
Tenía que vomitar. Es como cuando te duele el estómago
y necesitas devolver. Entonces viene la arcada y te encuentras
mejor durante un rato, hasta que vuelve la naúsea. Y esperas
y esperas, y crece y crece y, de repente, potas otras vez. Escribiendo
me pasa lo mismo; me resistiría porque, la verdad, no me
gusta vomitar.
P: Supongo que nunca lo planeaste. ¿Qué sentiste
al descubrir que no sólo podías escribir, sino que
encima eras bueno?
R: Fue alucinante. Cuando conseguí mi primer contrato editorial
apenas tenía como lectores a Dennis Cooper y mi psiquiatra.
Nunca dije que quisiera ser escritor... Yo sólo quería
ser prostituta. ¡Pero he acabado siendo mejor escritor que
prostituta!
P: ¿Hasta qué punto están idealizadas tus
experiencias en Sarah? Hay una especie de frialdad al narrar ciertos
pasajes que, bueno, es como si no te hubiera ocurrido a ti...
R: Es una técnica de supervivencia. Cuando una situación
te produce mucho dolor, desconectas. Como si entraras en un shock.
Por eso él (Cherry Vanilla/Sarah) se muestra impasible.
Está aterrorizado. Sabe que gritar, llorar, rogar no sirve
de nada. Ha crecido con una madre chunga. Sabe cómo insensibilizarse
al dolor, cómo distanciarse de todo... como yo...
P: Ahora que está muerta, ¿qué sientes respecto
a tu madre? Empiezas presentándola como una diosa y sólo
al final aparece como una triste puta yonqui...
R: Sarah se esfuerza por ser una buena madre. Pero es demasiado
joven y se ve superada por su situación. Quise mostrarla
de forma compasiva. Detesto cuando la gente me dice: «Era
un ogro». No, es mucho más complejo. Estaba realmente
herida. Es lo que pasa con las personas; sus cuerpos crecen, pero
si no avanzan emocionalmente, se quedan como hechizadas. Sarah
amó y cuidó a Jeremiah, aunque su habilidad para
mostrar sus sentimientos estaba increíblemente endurecida.
P: ¿De qué trata Sarah en el fondo, de la búsqueda
de la identidad o del amor?
R: Para mí, es una historia sobre amor y deseo. El libro
funciona casi como un espejo. Los lectores se acercan a él
con sus propias penalidades y, de alguna manera, les devuelve
su reflejo. Desde luego, no es una historia usual, pero encierra
una serie de emociones, de temas universales, con los que cualquiera
puede conectar: la soledad, la búsqueda de sus madres,
de ellos mismos, de su sexualidad...
P: No quieres que nadie te reconozca físicamente, pero
desnudas tu alma en cada página. No sé si te das
cuenta de la contradicción.
R: Es cierto. Sarah dice mucho más de mí de lo que
cualquier entrevista podría hacerlo nunca. Publicarla me
ha sobreexpuesto definitivamente. Supongo que eso explica que
proteja mi identidad. La gente ya tiene demasiado de mí.
Creo que si un escritor es honesto, se expone más de lo
que un trabajador del sexo permitiría jamás.
P: Cuéntame algo sobre ti que no esté en el libro,
si es que te queda algo por desvelar.
R: Qué secreto te puedo contar... Ah, odio cambiarme de
ropa interior. Normalmente, llevo los mismos calzoncillos durante
dos o tres días. Antes pasaban incluso semanas. Es un hábito
que adquirí en la calle.
P: ¿Te molesta que te lean por morbo?
R: Los que sólo se fijen en el resumen de la cubierta quizá
piensen que se van a encontrar algún tipo de infierno transgresor.
Y la verdad es que Sarah es muy dulce. Aparte de la situación,
no tiene nada de impactante. Ni siquiera hay sexo. Me han escrito
abuelas a las que les ha encantado, adolescentes japoneses que
se han sentido muy identificados.
P: ¿Cómo se han acercado a ti Cooper, Chabon y todos
esos súper autores? A lo mejor suena un poco cínico
si te digo que su actitud protectora puede parecer, ejem, esnob...
R: Es gente que no tiene necesidad alguna de patrocinarme o lo
que sea. Pero me educan, me guían y me ofrecen su sabiduría;
soy como una puta esponja. Encima, todos tienen experiencia con
la industria y me enseñaron a lidiar con los agentes, eso
que en mis reuniones de Alcóholicos Anónimos llamaban
un «problema high class», ja, ja, ja.
P: ¿Y cómo se salta de las malas calles a las altas
esferas literarias?
R: Créeme, las calles son una magnífica preparación
para el mundillo literario. También existen chulos y chaperos
y tienes que vigilar tu espalda. Puede ser igual de mortífero.
¡Alucino al comprobar lo similares que resultan!
P: ¿Cómo es tu vida ahora?
R: Vivo con mi familia: Emily, Astor y su hijo. Yo soy su co-padre,
no biológico, algo que me ha hecho madurar y abrir mi corazón
de una forma que nunca creí posible.
P: ¿Aún te tienta la prostitución?
R: No. Lo eché de menos algún tiempo. Es dinero
fácil. Pero cuánto más pasas alejado de la
calle, más te das cuenta de lo aterradora que resulta.
Conozco a tíos que están con un pie dentro y otro
fuera y me da envidia el dinero y la atención que consiguen.
Si quisiera entar otra vez, tendría que volver a las drogas
y sé que moriría muy rápido.
P: ¿Has encontrado la felicidad?
R: No es algo que encuentras, sino que a veces la tienes y a veces
no. Hay muchas tonalidades de gris. Como que Shirley Manson escriba
una canción sobre mí y sea mi amiga. No es una felicidad
permanente, pero llena.
P: ¿Eres material dañado?
R: Antes esperaba curarme, pero cuando mi libro entró en
las listas, nada cambió. Seguía odiándome.
Sólo me sirve el trabajo con mi terapeuta. Y las reuniones
de AA. Si me preocupara sólo por los aplausos, no tardaría
en volver a las drogas. Lo cierto es que busco la atención
que no tuve de niño. Y no hay aplausos suficientes para
llenar aquel vacío.
ADELANTO: SUFRIR PARA CONTARLO
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