Karembeu y Maradona


Karembeu y Maradona


Hay infinitas razones para sentir añoranza por el fútbol antiguo, cuando no reinaban la actual especulación y las tácticas mezquinas al exclusivo servicio no ya de un fenómeno sociológico (siempre lo fue) sino de uno de los mayores y universalizados negocios. A pesar de esa nostalgia sobre el protagonismo del arte y del corazón, hay que reconocer que algo está cambiando positivamente en la personalidad de muchos de sus integrantes. No me refiero a los dueños del tinglado, a los casi siempre lamentables directivos y presidentes, sino a entrenadores y jugadores. El fútbol, como el boxeo y los toros, han supuesto ancestralmente la mágica oportunidad para los chavales nacidos del lumpen de que encontraran la salvadora huida de la miseria, de que accedieran al soñado dinero, la fama, la gloria, su cegador lugar en el sol. Aunque algunos elegidos lo lograran y otros menos dotados pudieran gozar también de un considerable nivel económico, la mayoría de ellos tampoco se preocupó de mejorar un nivel expresivo cercano al analfabetismo, de progresar culturalmente, de exponer sin miedo y con argumentos sus opiniones respecto al estado de las cosas.


Las comparaciones no siempre son odiosas


Desde hace bastante tiempo existe una cada vez más numerosa raza de futbolistas dotados de cultura y humanismo, comprometidos con su realidad, negándose a aceptar la exclusiva condición de legionarios serviles y mudos que se limitan a hablar de su profesión con lenguaje patético. Karembeu sería uno de los representantes de esa nueva sensibilidad. Un hombre negro con las ideas muy claras, contestatario con cerebro, en posesión de ideología y de causas por las que luchar, consciente de que el profesional no se puede disociar del ser humano, que disfrutar de los privilegios económicos y sociales que acompañan a las estrellas del espectáculo no es razón para mantener la boca cerrada respecto a lo que se piensa del mundo.

Maradona, genial emperador del fútbol y persona con trágica capacidad para la autodestrucción, para ser manipulado, para no sortear con inteligencia los infinitos y voraces peligros que rodean a los niños prodigio pobres, se ha expresado con tanta sinceridad como inocencia, desgarro y contradicción, pero su falta de aprendizaje intelectual y de autorrespeto han impedido que las masas se tomen en serio al complejo ser humano que creyó tener el mundo en sus manos.


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