Por un puñado de caviar

Por un puñado de caviar

Para los pescadores del Cáucaso, a quienes el Estado no ha pagado sus salarios en meses, la venta ilegal de caviar es su única fuente de ingresos. En el negocio, participan familias enteras.


ERA UNA NOCHE DE LUNA LLENA. Poco antes del alba, Víctor, un pescador que cumplió condena de cárcel durante el régimen soviético por captura ilegal de esturiones, me hablaba, desde su pequeña embarcación de madera, de los problemas a los que se enfrentan los pescadores del Estado que trabajan en el Volga. "Nuestra cuadrilla de 20 hombres está autorizada a capturar sólo ciertas especies, como el vobla, el lesh, el sezan y el bagre. Según las leyes de pesca de Rusia todos los esturiones, machos y hembras, que caigan en las redes han de ser devueltos al río". A lo que añadió: "Debo cuidar de mi mujer y de mis tres hijos, pero el Estado lleva dos años y medio sin pagarnos el jornal de tres dólares al día (450 pesetas). Por tanto, ahora le cobramos al Estado en esturiones. Vendemos el caviar y la carne a los funcionarios corruptos que comercian con la mafia en el mercado negro de Astracán".

Y no es el único. Los expertos temen que, si no se acaba con la caza furtiva, el próximo año será la última auténtica temporada del caviar en mucho tiempo. Desde 1988, cuando el Estado soviético ingresó unos 50.000 millones de pesetas en divisas por la exportación de caviar, la producción ha disminuido en un 90%, hasta las 160 toneladas anuales.

Los 20 hombres de la cuadrilla de Víctor, que no consumen alcohol cuando trabajan, proyectaban su silueta contra el sol naciente en el Volga. Los esturiones que habían caído en sus redes eran lanzados hasta los botes de madera. Los peces surcaban el aire encendido con los colores del amanecer, y caían de cabeza en el suelo de las embarcaciones. Un cocinero malhablado, cuya silueta se dibujaba contra el cielo, permanecía de pie junto al bote, golpeando en la cabeza a los esturiones con una pequeña porra, antes de arrastrarlos hasta su cocina instalada en la margen del río.

A lo lejos, un funcionario de pesca corrupto, totalmente borracho, agitaba una enorme linterna mientras daba gritos y puntapiés a un perro. El animal, que no dejaba de ladrar, se había acercado demasiado a un ejemplar de sterlyad, el esturión más raro del Volga, cargada de huevas, que el hombre había escondido en un saco de arpillera debajo de unos arbustos. El funcionario de pesca había capturado ilegalmente el sterlyad, llamado también "el pescado de los zares".

Después de matar a golpes al perro, y antes de lavarse las manos, el hombre se dirigió a su saco de arpillera y extrajo una botella de vodka. Mientras el perro emitía sus últimos gemidos, el funcionario se sirvió dos grandes vasos. Y antes de guardar la bebida, tomó otro trago de la botella. Después de ingerir medio litro de vodka y de brindar una y otra vez por nuestra recién establecida amistad, el funcionario pasó a justificar su pesca: "¿El sterlyad con huevas? Bueno, en realidad no es una captura ilegal ya que se trata de un regalo de cumpleaños para mi esposa y ella me quería preparar un budín de esturión". Antes de volver a su trabajo, el funcionario me dio un fuerte abrazo y me dijo: "Había dejado la bebida hacía cuatro años, pero hoy he hecho una excepción para brindar con mi amigo norteamericano."

Al concluir su turno, los pescadores recogen las redes y las colocan sobre una barcaza de aluminio que atan al tronco de un árbol. Cada uno de los 20 hombres se lleva entre dos y cuatro esturiones machos, mientras otros dos recogen las 20 hembras capturadas en las primeras horas. Por lo general, las hembras están aún vivas cuando las abren en canal para, a continuación, extraerles las huevas.

Oculto detrás de la espesa maleza, un hombre golpea a las hembras con un pequeño mazo de madera mientras otros dos las abren y les sacan rápidamente las huevas. Unos segundos después, los peces recobran el conocimiento y comienzan a dar fuertes coletazos. A continuación, los pescadores los llevan a aguas profundas y los dejan morir. Antes de que terminen de limpiar los cuchillos manchados de sangre, dos hombres se acercan en una lancha motora, compran unos 4,5 kilos de caviar por menos de 1.100 pesetas y desaparecen. Regresarán el próximo día, cuando termine el turno de pesca. Saben que en el mercado occidental un kilo del mejor caviar superará las 250.000 pesetas.

Todos los días, un grupo de ancianos, veteranos de la II Guerra Mundial y pensionistas, dan la bienvenida a los pescadores cuando llegan a la aldea con sus botes llenos de esturiones. Los ancianos y los veteranos de la guerra, al igual que la mayoría de los jubilados rusos, no han cobrado su pensión en más de dos años. Todas las mañanas se reúnen para pedirles un poco de pescado. Los pescadores, tras completar un turno de nueve horas de trabajo, tienen ganas de llegar cuanto antes a su casa, donde sus esposas seguramente hablan por teléfono y emplean códigos secretos para negociar con sus clientes el precio del caviar y de la carne de esturión.

Muchas de ellas se han casado dos y tres veces, y odian a los agentes de policía. En la aldea de Ola no hay iglesia, y las mujeres de los pescadores tienen por costumbre insultar a la policía con gestos obscenos. Más del 90% de los hombres de la aldea han sido encarcelados por furtivismo, violación, homicidio o robo. Y el otro 10% tiene cuentas pendientes con la ley. Estos ex convictos y fugitivos constituyen ahora el colectivo estatal de pescadores, y, en teoría, deberían ser el modelo para los jóvenes de la aldea, que sueñan con seguir los pasos de sus mayores.

La mayoría de ellos pesca, roba peces muertos que quedan en las redes, lleva navajas al colegio, y es malhablada y experta en la mentira. Aprende la corrupción viendo cómo los funcionarios de la aldea se hacen ricos y se pasean en sus nuevos BMW. Sabe mentir, porque lo ha aprendido de las historias de pescadores que sus padres y abuelos cuentan a la hora de la comida, alrededor de una mesa servida con caviar y esturión ahumado. Muchos llevan tatuajes falsos, sueñan con ser dueños de un par de botas de goma y se mueren de ganas de poder contarles a sus padres que acaban de capturar ilegalmente su primer esturión.

Los supervisores de pesca han manifestado su preocupación por el futuro de los esturiones que se reproducen en el Volga. La supervivencia de la especie está en peligro, ya que los pescadores del Estado, que no han cobrado sus salarios en más de dos años, capturan a sus anchas machos y hembras jóvenes. La venta de la carne del macho y de las huevas de la hembra constituyen la única fuente de ingresos para estos hombres, que necesitan dinero para mantener a sus familias. La mayoría de los funcionarios hace la vista gorda y permite que continúe la pesca ilegal sistemática del esturión. De hecho, ellos mismos suelen colaborar con la mafia en la venta del caviar en el mercado negro. La enorme demanda que existe en Rusia del caviar ilegal, de bajo precio, -en Moscú los traficantes ilegales te lo sirven en la propia casa a unas 15.000 pesetas el kilo- es también otro factor que amenaza la supervivencia del esturión. Los expertos rusos calculan que el año próximo ya no quedarán esturiones adultos en el Volga, y, en vista de que la actual generación de peces jóvenes ha sido diezmada por la pesca ilegal, la población no se recuperará hasta dentro de 10 o 20 años.


HUEVAS DE CARACOL

Si en España no tenemos esturiones, ¿por qué no intentar convertir las huevas de caracol en caviar? Quince empresarios almerienses, asesorados por los mejores especialistas, han intentado dar respuesta a la pregunta y ya han conseguido colocar en el mercado el primer caviar elaborado a base de huevas de caracol al precio nada irrisorio de 600.000 pesetas el kilo. El proceso en su elaboración es parecido al que se sigue con las huevas del esturión. La materia prima, es decir, las huevas, se lavan con agua salada y se mantienen durante un tiempo en salmuera. El caviar resultante es amarillento, casi pajizo y tiene un sabor más suave que el que se vende habitualmente. Respecto al elevado precio de venta, los empresarios aseguran que, aunque el proceso puede parecer sencillo, para elaborar 100 gramos de caviar se necesitan al menos 2.000 huevas de caracol.


Reportaje

Una receta con caviar



Cayetana vista de noche / Todo un clásico / Propuestas/ Bazar / Por un puñado de caviar/ Los vinos del año/ Información/ Relato de navidad, por Truman Capote /

Especial Navidad
Especial CD-Rom

TOP LA REVISTA VOLVER