Reportaje

Un jabalí de 50 kilos parece observarnos desde la mesa de disección. Hace una semana le atropelló un coche en una carretera del norte de Madrid, y ahora le están abriendo en canal para arrancarle la piel y el esqueleto. Primero le cortan el vientre, la grasa que cubre los músculos, luego le sajan los tendones para poder despellejarle las extremidades. La sangre corre por la superficie de acero inoxidable hasta colarse por un sumidero. Congelados en cámaras frigoríficas próximas esperan turno los cadáveres de halcones, buitres leonados, tejones, cernícalos... El lugar donde se desarrolla el descuartizamiento, una de las salas traseras del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, huele a sangre coagulada, descomposición y muerte. Puede parecer una carnicería o un gabinete de torturtas, pero en realidad es un lugar para el estudio y la investigación de la naturaleza.

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Sin esa trastienda, el museo no viviría. Sólo sería una lánguida colección de objetos inanimados apilados en estanterías protegidas por cristales. Una recia estructura arquitectónica repleta de seres fosilizados, huesos amarillentos, pieles secas, frascos de formol y ojos de cristal. Uno de esos cabinets de curiosités que hicieron realidad el sueño de la Ilustración europea, aquella utopía según la cual la mente humana era capaz de examinarlo todo científicamente, y nada era demasiado pequeño como para no poder ser analizado.

Los detractores de este tipo de centros de marcado carácter histórico hablan de "museos fósiles", de lugares donde reina la inmovilidad y la muerte "hasta en lo que ya no es ni cadáver". No saben lo que dicen. La estructura decimonónica de este centro se ha transformado hasta convertirse en una organización moderna y didáctica en constante evolución.


Colecciones. El Museo de Ciencias Naturales es una isla de ciencia, conocimiento y aventura en el centro de Madrid. Un monumento a la inquietud, la exploración y el estudio que se levanta en la orilla derecha del Paseo de la Castellana. Sus muros de ladrillo rojo albergan fascinantes episodios de la historia de la fauna, la flora, la mineralogía, la paleontología, la petrología, la prehistoria... Más de seis millones de piezas forman una de las colecciones más amplias, fascinantes y valiosas de todo el mundo. "El objetivo común de todas las actividades del museo es promover un conocimiento más completo de la diversidad del mundo natural", afirma Montserrat Gomendio Kindelán, actual directora de esta institución. "Este conocimiento -continúa- se aplica a la conservación del medio ambiente y es transmitido a la comunidad para mejorar la percepción de la ciencia y de la riqueza de nuestro patrimonio natural".

La colección de mamíferos está formada por más de 27.000 ejemplares y la de aves, por 30.000. La sección de anfibios y reptiles consta de 40.000 piezas, y la de peces supera los 200.000 ejemplares. Si entramos en los departamentos de paleontología e invertebrados las cifras se disparan: más 320.000 fósiles de vertebrados, alrededor de 1.500.000 invertebrados no insectos y alrededor de 4.000.000 de insectos, muchos aún pendientes de su incorporación a estas colecciones...

En sus vitrinas han encontrado refugio desde el Megatherium americanum, un dinosaurio encontrado en la lejana Argentina en 1788, hasta el Elephas anticus del Pleistoceno medio, hallado en el cercano barrio de Villaverde.

Desde la colección de pequeños conejos colocados en el orden perfecto para contemplar y comprender las leyes diseñadas por Mendel, hasta el descomunal elefante africano cazado por el duque de Alba, todo un coloso.

Una buena mañana de 1930 este gran elefante, todavía hoy una de las estrellas del museo, dejó estupefactos a los peatones que paseaban por la plaza de La Cibeles. El paquidermo, rodeado por una corte de cuidadores que parecía acariciarle con mimo, pero que en realidad le sostenía, arrastraba su corpachón por el centro de la ciudad, impasible al llanto de los niños más pequeños y las carreras de los mayores. Encaramado a una tarima con ruedas recorrió la Castellana desde el Jardín Botánico, donde fue naturalizado, hasta el Museo Nacional de Ciencias Naturales, su hogar desde entonces.

Actualmente, los visitantes siguen quedándose boquiabiertos cuando les sale a recibir el grandioso elefante, estratégicamente situado en la mismísima puerta de entrada al museo. Han pasado 70 años, pero sigue siendo un auténtico coloso, un titán detenido en el tiempo y en el espacio por obra y gracia de uno de los hermanos Benedito, los taxidermistas más grandes de todos los tiempos.


Urnas de cristal. Superado el impacto que supone la visión del elefante, y con sólo avanzar unos pasos, podemos retroceder miles de años, perdernos entre los restos de nuestros antepasados y observar la vida y milagros del hombre de Atapuerca. En cada esquina el visitante cree ver moverse a los animales naturalizados por manos maestras, vertebrados que reposan desde hace décadas en urnas de cristal. Y en una sala de techos infinitos, donde reposan esqueletos de dinosaurios y reproducciones de animales prehistóricos, los niños y sus padres sueñan con el tiempo perdido.

Pero tras las bambalinas de este museo no sólo hay objetos inertes: 278 personas trabajan en estas salas de grandes techos y suelos de madera. Unas reciben al público, otros preparan las expediciones, conservan los ejemplares en buen estado, estudian, restauran, investigan... En la pasada década el museo ha organizado 33 exposiciones temporales y dos permanentes, 117 conferencias, 43 cursos y seminarios y tres mesas redondas. El número de visitantes en 1999 año ha superado todas las cifras previstas: 161.556 personas han contemplado las exposiciones permanentes, 120. 291 las temporales y 181. 106 la dedicada de forma monográfica a Atapuerca.

Las gentes que visitan el museo no saben que las entrañas de este monstruo de 11.000 metros cuadrados de superficie global (4.000 de superficie expositiva) y 228 años de antigüedad son tan fascinantes como la cara que muestra al público. En una sola mañana en la trastienda de este museo se puede contemplar cómo disecan un tejón, charlar con un experto en comportamiento animal, ver estanterías repletas de águilas imperiales...

La División de Investigación del Museo, dividida en cinco departamentos (biodiversidad y biología evolutiva, ecología evolutiva, paleobiología, geología y volcanología, laboratorios y estaciones de campo) tiene una plantilla de 46 investigadores, además de los técnicos cualificados. También cuida la formación de jóvenes científicos: en la actualidad hay en el museo 37 becarios predoctorales y 23 contratados postdoctorales. Hoy el personal del centro está involucrado en 34 proyectos financiados a nivel nacional y ocho por la UE.


Deterioro. La construcción de este museo fue una iniciativa del Rey Carlos III, monarca ilustrado que, no podía ser de otra manera, sentía una enorme curiosidad por las ciencias. Él fue quien creó en 1771 el Real Gabinete de Historia Natural, y quien para albergar las diferentes colecciones encargó a Juan de Villanueva la construcción del edificio que hoy ocupa el Museo del Prado. Desde entonces se sucedieron los buenos y malos momentos, las épocas de gloria y las de decadencia absoluta.

"Es triste que un centro como el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que podría ser hoy el mejor museo del mundo, haya llegado a tan cruel y extremo estado de deterioro", escribía P. Alberch, antiguo director del centro, en el prólogo del libro El Museo de Ciencias Naturales (1771-1935). "Al mismo tiempo es sorprendente que, tras la azarosa historia de abandono y expolio, la institución haya sobrevivido, que todavía conserve las mejores colecciones de historia natural del país, y actualmente esté experimentando un esperanzador renacimiento", continuaba. De los viejos tiempos queda el edificio, las fabulosas colecciones, los amplios archivos y ese regusto por una forma decimonónica de ciencia. El resto es diferente. El Museo de Ciencias Naturales de Madrid es un lugar donde se estudia, se investiga y se conserva.

"Las colecciones de un museo representan su razón de ser, y el hecho de ser el depositario de tales colecciones, lo que justifica su existencia", dice Isabel Izquierdo, vicedirectora de Colecciones, Archivo y Biblioteca. "Museo y fondos -continúa- son necesariamente sinónimos. Y es que este centro cumple perfectamente con las tres necesidades, los tres factores, de toda gran institución: exposición, investigación y conservación. Las universidades, por ejemplo, no tienen colecciones...".

Ajeno a los movimientos que tienen lugar en la trastienda, un niño de visita con su colegio le dice a su compañero: "¡Cuántos animales! Cuando sea mayor quiero trabajar aquí...".

Lectura: "El Museo Nacional de Ciencias Naturales (1771-1935)", de Agustín J. Barreiro. Editorial Theatrum Naturae. Página `web' del Museo: http://www.mncn.csic.es/. Tfno: 91. 561 86 00.


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