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El dilema

Denuncia del humo

ALBERTO BERMEJO

Son muchos los frentes de denuncia que abre esta película combativa, sugerente y seguramente necesaria. La responsabilidad profesional de un periodista enfrentado con su propio medio, nada menos que la cadena televisiva CBS, para hacer prevalecer la verdad pura y dura sobre los intereses económicos de la empresa, y el dilema moral de un científico entre respetar su contrato de confidencialidad con la compañía tabaquera para la que trabajaba antes de quedarse en el paro o hacer públicas las manipulaciones químicas que incrementan la adicción a la nicotina y, por lo tanto, las ventas, son las tramas sobre las que se articula el abigarrado relato de este nuevo trabajo del director Michael Mann, conocido entre otras por "Heat".

Pero por encima de todo lo que se ve y se palpa en primer término flota, más allá de las imágenes, la intranquilizadora constatación de que vivimos en un mundo regido desde la sombra por el poder despótico de eso que llaman el gran capital, de los intereses económicos a escala planetaria, de una anónima mano negra que acalla con cifras astronómicas, calderilla para sus descomunales cuentas de resultados, los ocasionales reveses judiciales y se ríe a carcajadas de las convenciones democráticas más elementales al margen del signo político de los gobiernos de turno.

La película sugiere, más que muestra, la capacidad de ese siniestro poder, intangible como el humo, pero real, para transformarse en cada momento en lo más idóneo para sus intereses, comprando multinacionales de lo que sea que a su vez compran medios de comunicación para acallar cualquier inconveniencia que pueda perturbar su deshumanizado funcionamiento.

El dilema se inspira en hechos reales, la batalla jurídica iniciada en 1998 contra las siete grandes compañías tabaqueras, que de momento se ha saldado con indemnizaciones por valor de 246.000 millones de dólares, y el drama personal de ese traidor cívico que hizo temblar a sus desaprensivos patronos; la investigación periodística del productor televisivo Lowell Bergman, que desencadenó el caso intentando mantener la seguridad personal de su fuente, y la controversia sobre si la entrevista en la que se llamaban las cosas por su nombre se emitía o no.

Michael Mann peca, como de costumbre, de alargar innecesariamente la duración de la película hasta poco menos de tres horas, pero lo cierto es que logra hacer comprensibles y apasionantes todos y cada uno de los complejos estratos sobre los que desarrolla la narración, además de hacer encajar las infinitas piezas hasta configurar un enorme rompecabezas sin fisuras ni agujeros negros.

Es difícil precisar dónde o cómo podría haber aligerado su torrencial discurso, teniendo en cuenta el cuidado y la atención que dedica a cada secuencia y el mimo con que construye estos personajes de carne y hueso, sometidos a una extrema presión. Las reacciones, los impulsos, los temores, lo que dicen y lo que pasa por sus cabezas, traspasa la pantalla sobre los rostros de Al Pacino, en un papel a la altura de su habitual estado de gracia, del siempre eficaz Christopher Plummer y del conjunto de actores sobresalientes que hacen creíble cada segundo de proyección, pero sin duda la interpretación más apabullante corre a cargo de Russell Crowe, al que muchos recordarán por su magnífico trabajo en "L.A. Confidencial", en el papel del científico que desvela lo que conoce de primera mano y desde dentro, el insider del título original de esta película estimulante y polémica.

Ficha técnica
Director: Michael Mann
Intérpretes:
Al Pacino, Russell Crowe, Christopher Plummer, Diane Venora
Año: 1999
Duración:
160 min.
Candidaturas: 7
Mejor película, mejor director (Michael Mann), mejor actor (Russell Crowe), mejor guión adaptado, mejor fotografía, mejor montaje y mejor sonido

 
Un especial de EL MUNDO