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Haley Joel Osment

La tortura prematura

ELENA MENGUAL

Pese a su corta edad, Haley Joel Osment ha seguido rigurosamente todos los pasos previos para ascender en el escalafón de Hollywood. Como cualquier recién llegado a la Meca del cine en busca de la fama universal, debutó en el mundo de la publicidad -los anuncios de pizza fueron su primer paso-; de ahí pasó a los doblajes y a la pequeña pantalla -donde hizo primero series de televisión y después telefilmes-; para acabar viendo su nombre escrito en versalitas en los neones de las grandes salas.

Una superproducción con el presupuesto y el resultado en taquilla que exige tal categoría en el mercantilizado Hollywood de hoy en día, ha popularizado su cara en todo el mundo y, a sus 11 añitos, disfruta de la fama que persiguió sin encontrar su mentor para la causa, -su padre, también intérprete-.

Pero su imagen ya había estado en las pupilas del mundo con anterioridad. Tras pasar por series de televisión como “Walker, Texas Ranger”, “Murphy Brown” y “Ally McBeal”, le tocó escuchar con arrobo las máximas vitales que su padre, Gump, Forrest Gump, le regalaba antes de subir al autobús escolar en la oscarizada película homónima.

Ahora Haley Joel aspira al Oscar como mejor actor de reparto por su interpretación del pequeño Cole en “El sexto sentido”, donde comparte protagonismo con Bruce Willis. Osment compite por la estatuilla con actores consagrados de la talla de Michael Caine o Tom Cruise. Sin embargo, no sería la primera vez que un “jovenzuelo” arrebata el premio a una estrella -véanse los casos de Tatum O’Neal -por "Luna de papel" en 1973- o, 20 años después, de Anna Paquin por “El Piano”.

Haley Joel tiene la capacidad de transmitir sensaciones sólo con la mirada, una mirada que cautiva desde unos ojos profundos y algo tristes. Tal vez fue esa mirada la que decidió al director M. Night Shyamalan a elegirle para el papel de Cole. No obstante, George Lucas no debió ver el mismo brillo en esos ojos que ven a los muertos, pues no le dio el papel de Anakin Skywalker en “La amenaza fantasma”.

Llega el momento de comprobar si es capaz de asumir su éxito precoz y continuar con su prolija carrera sin caer en las extravagancias y visitas al psicólogo que acostumbran a acompañar a los niños prodigio. Tal vez el Oscar ilumine sus ojos tristes y le libre de una tortura prematura como la que atormenta a su personaje y ya castigó en el pasado a otros talentos púberes.

 
Un especial de EL MUNDO