Carmen Thyssen y Jacqueline Onassis

Carmen Thyssen y Jacqueline Onassis

"Detrás de cada gran fortuna se esconde un crimen", testificó la sabiduría y el sentido moral del envidioso Balzac, del hombre que se propuso escribir el tratado más exhaustivo sobre las glorias y miserias( sobre todo, las segundas) de la naturaleza humana, de sus contemporáneos, de su siglo. La riqueza del abotargado barón Thyssen es ancestral y sospecho que los más escrupulosos investigadores de la Historia descubrirán turbiedades confesables o inconfensables en los orígenes familiares y en el desarrollo de esa fortuna. Aristóteles Onassis, el gran tiburón que se hizo a sí mismo a costa -me imagino- de joder a numerosos pececitos y a la elite de los escualos, nunca pudo alardear, a diferencia de Thyssen, de sus aristocráticos orígenes, de su inmaculado currículo empresarial.

El implacable y desclasado armador griego compró lo aparentemente incomprable, la clase y el prestigio social de la aparentemente desconsolada viuda del siglo, de la ejemplar esposa del asesinado dios según la leyenda (la realidad nos demostró posteriormente que fue más humano que divino) John Kennedy. Al parecer, el pacto estuvo claro desde el principio: "Distinguida y pragmática señora, le ofrezco tanta pasta a cambio de su legitimada compañía, pero a cambio usted deja tranquilo por siempre a mi mareante testamento". No parece ser el caso de la genial actriz Carmen Thyssen, de esa antiguamente turbulenta y actualmente modélica dama con tan selectivos y planificados objetivos vitales. Cuentan que hay jaleo con el futuro de los infinitos dólares, mansiones, negocios y pinturas (¿qué sería del desamparado arte sin los médicis modernos, de esos opulentos y sensibles mecenas que entre bisnes y bisnes compran cuadros y además su generosidad consiente que la plebe podamos admirarlos de cerca?). Normal. Demasiado pastel en juego, demasiados matrimonios, demasiados herederos, demasiadas intrigas para consentir que la última y fascinante advenediza que le puso ojos tiernos y humedeció el sufriente y razonablemente escéptico corazón del anciano rey Lear logre pillar con su infinita dulzura la parte más sabrosa del tesoro.

Qué horror eso de la pasta. Qué mezquinos somos al pensar que los matrimonios de mujeres jóvenes con ancianos millonarios no se deben exclusivamente al sagrado amor.


Reportaje

Las otras cuatro mujeres del barón



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