Retrato

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POR DAVID TRUEBA

"Aguardo el día en que los taxistas nos cobren en euros"

Algo del país para mirarlo en perspectiva y me doy cuenta de lo pequeño y cabreado que es. Nuestro optimismo racial poético nos ha convencido de su parecido a una piel de toro extendida, cuando es más una fresa pisoteada por la bota de un agricultor francés. Lo abandono en plena celebración del año primero de la era Aznar: unos eufóricos, otros, con la misma vela sobre la tarta, seguros de que ya queda un año menos. Empiezo a sospechar que han vuelto las dos Españas y las dos me hielan el corazón.

Ahora que ya estábamos seguros de que el dinero no da la felicidad, descubrimos que la macroeconomía sí y sirva el ejemplo de un matrimonio de Almería a quienes les daba asco tocarse y que después de experimentar en cuenta propia la bajada de los tipos de interés y de asumir el mínimo histórico de la inflación han vuelto a entregarse al sexo, cada uno por su lado, eso sí.

Todos los caminos llevan a Maastricht que es un sitio donde nunca se pone el sol. Me entero de que al día siguiente de la integración nos va a crecer el pie a todos un número. Quizá hubiéramos preferido que nos creciera otra cosa, pero vayamos poco a poco y no empecemos la casa por el tejado. Aguardo el día en que los taxistas nos cobren en euros, que va a ser algo así como cuando el hombre de las cavernas se puso a hablar en latín.

Mientras tanto, la normalidad constitucional la salvaguardan los sargentos borrachos que siguen descerrajando pechos de soldados con tiros inocentes mientras los insumisos son traidores a la patria sólo por querer conservar la vida un rato más y no entender el insulto, la vejación y la violencia como expresiones castizas de la autoridad. El fascismo de Fujimori nos alerta, tras ganar por goleada su partido, de que al pobre siempre le pillan distraído jugando al futbito. Estamos tan asqueados de todo que sólo nos importa la superdotada inteligencia de Guardiola o los pies imposibles de Kiko, sin enterarnos de que a lo mejor un broker de la Bolsa nos está quitando la casa, la mujer y la vida.

Los hospitales se han llenado de víctimas de la guerra de periodistas. A un hombre un editorial le rompe tres costillas, a otro una columna de opinión se le clava en el esternón y los que acostumbraban a envolver el bocata en papel de periódico se han visto intoxicados por la bilis que despide hasta la información del tiempo. Los mendigos han renunciado a guarecerse del frío bajo las páginas impresas no sea que se escape algún disparo. Lo peor de todo es que uno sospecha que la guerra es tan cruenta porque está en juego el chalet. Psiquiatras españoles recomiendan la lectura de las páginas de economía tan saludables ellas, llenas de fotos de banqueros y empresarios bien comidos. Yo creo que todo empieza el día en que los partidos políticos amamantan aprendices de Goebbels especializados en el soborno indirecto, la calumnia gratuita y la amenaza telefónica.

Recuerdo con nostalgia cuando hace tres años nos echaron de televisión por querer entrevistar a un escritor catalán. Hoy nos darían la dirección de informativos casi por lo mismo. Sólo me alegro de una cosa, ahora parece que la censura empieza a estar mal vista. Y es que por encima de todas las morales que son siempre la amenaza de la libertad, vale más un desmán de Pepe Navarro con tetas, culos y penes que todos los capítulos de Testimonio.

Pero sólo un tonto se dejaría arrastrar por esta ola de pesimismo. Por una vez la gente estamos por encima de nuestros políticos en los que ya no vemos salvadores sino funcionarios que es lo que deben ser, por encima de la prensa que leemos ahora con sospecha, incluso nuestra favorita, por encima hasta de Dios al que la Iglesia ha convertido irremediablemente en humano, demasiado humano. Nos quedan los buenos ratos, la buena música, los buenos libros, las buenas películas, que no son pocos. Los guiñoles del Plus, el Caiga quien Caiga, el telediario de La Dos, el Terrat y las paradas de autobús con Maribel Verdú.

Plastilina Manuela Martín



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