140 Motor & Viajes
sábado, 12 de febrero de 2000
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CARNAVAL EN ...
JESUS TORBADO
El rito apolillado
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Lo literariamente correcto es escribir de los carnavales de hoy lo que hemos aprendido sobre los carnavales del pasado, cuando la Iglesia Católica mantenía en puño de hierro los pocos placeres de los hombres; cuando autorizaba un par de días de hedonismo prevaricador antes de las ascéticas penitencias cuaresmales. Ahora, sin la obligada condena de la ascesis, su transgresión previa no tiene mucho sentido. Cada cual peca y se divierte cuando se lo pide el cuerpo. A nadie se le condena a la hoguera porque transgreda lo que bien le pete. La libertad, bendita sea, es enemiga de los carnavales.

Apenas queda ya memoria en ninguna parte de cómo nació, por qué razones y sobre qué cimientos, un carnaval eurocristiano que quería hundirse en el paganismo místico a fuerza de desobediencias, burlas y pecados públicos....

A aquél para quien el carnaval es todavía su transfusión anual de sangre -os desheredados de Brasil, por ejemplo-le importan poco las historias y las antropologías de gabinete. Se les dan una higa las tradiciones medievales del carnestolendas, la ridiculización del clero (del poder), el salto por encima de todos los pecados capitales cuyo mismo nombre ya se ignora y el simbolismo mágico de la máscara.

Por aquí, desde Cádiz a El Toboso, desde Laza a Tenerife, se hace lo que se puede a base de disfraces, pijoterías, música importada y la olvidada sombra de los orígenes. Se trata de folclore en el sentido más vulgar de la palabra, incluso a veces de un folclore de manufactura reciente y como venganza por las prohibiciones episco-franquistas que pocos recuerdan.

El carnaval ahora produce dividendo turístico, pues también se trata de un bien de consumo y hay que envolverlo con campaña publicitaria: más espectáculo que desobediencia autorizada, todos lo sabemos. Ya que hasta las autoridades legales se ocupan de organizarlo.

La gente está deseosa siempre de que le pongan escenario para disfrutar de lo que sea: hasta los grandes funerales se transforman en diversión. Por eso también desempolva ritos, aun despojados de su enjundia originaria, que les permitan escapar de la rutina y del vacío.

El carnaval son las breves vacaciones del frío. Pero como la persona es la máscara, según se desprende de las sabidurías griegas, cada cual debe portar la suya y esconder en ella tanto lo que es como lo que sueña ser. La sociedad actual nos obliga ya a hacerlo cada día: somos máscara permanente. No obstante, la fiesta, aun a toque de corneta, siempre es un homenaje a la vida. La felicidad debe comprimirse como la gasolina en un motor y las explosiones deben ser dignas de esa tragedia.

Cada cual lleva dentro su propio carnaval, esa hoguera que se alimenta de sensualidad -s decir, de sexo, sin eufemismos- que se ilumina con el alcohol, que se sacraliza en la música; y en esa personal hoguera arde en realidad uno mismo. Era un instante eterno, terapia, catarsis, salvado mediante el desafío al destino. Y esto es lo que tal vez explica la supervivencia de un rito adulterado y de argumentos contemporáneos muy dudosos.

El misterio de la vida sigue siendo tan oscuro que cualquier excusa es buena para escaparse de él. En este sentido, las polillas de la modernidad liberada pueden poco contra los genes de la tradición.

 

Cádiz
Santa Cruz de Tenerife
El Toboso/Lantz/Ciudad Rodrigo/Sitges-Roses

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