JAVIER BLANQUEZ
Barcelona tiene poder. Cuando se habla de un
evento como el Festival Internacional
de Música Avanzada y Arte Multimedia, alias Sónar, incluso
en la cabeza más sensata acaban tomando forma esos tópicos
manidos que vienen acompañando a la cita barcelonesa desde
hace años: que si Carl Cox y Richie Hawtin pinchan cada año
y que basta ya, que si se premia más lo esnob que el riesgo
y, aquí viene la confusión, que si el festival es una cita
de baile que desemboca en una mega rave nocturna de dimensiones
aparatosas. Y aunque aceptamos Cox y Hawtin como vitalicios,
contra las otras ideas se debe combatir con buenos argumentos,
porque no todo es baile.
El festival puede ser uno, pero en realidad
son dos conectados por el hilo invisible de la música avanzada,
e incluso hay un amplio sector de público que prefiere las
actividades diurnas por encima de todo. Al principio no lo
parecía, pero el motor de Sónar (allí donde la cita se juega
su credibilidad, un público curioso y de calidad, el reconocimiento
internacional y la fidelidad duradera) son esos tres días
a pleno sol en el barrio del Raval.
Esta es una tendencia cierta entre el parroquiano
habitual: hay gente que va sólo durante el día y que cuando
cae la noche se dedica a otros menesteres. «Hay público que
comparte sendos ámbitos, pero el CCCB tiene su oferta especial
y eso atrae a un sector determinado», explica Enric Palau,
director de la cosa junto a Ricard Robles y Sergio Caballero,
su ex compañero en el grupo Jumo. «Son profesionales que vienen
a trabajar, aunque también está el que busca propuestas arriesgadas,
gente sobre todo que viene a descubrir, a zambullirse en la
actualidad». Sónar de Día, en su ubicación tradicional del
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Montalegre,
5), y que este año se extiende hacia terrenos colindantes
como el Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) o la Plaça dels
Àngels, desmiente el mito de que la música electrónica es
cañita brava.
EL MUSEO SE MENEA
El nuevo escenario SónarComplex, inserto en
el corazón del MACBA, se consagra a tendencias experimentales
en las que caben el turntablismo (el uso del tocadiscos como
instrumento y no como reproductor de vinilos: Christian Marclay,
Janek Schaefer) o el ruidismo de Pan Sonic + Peaches, y el
cartel de este año es agradecido en sorpresas que vale la
pena escuchar sentado. Al desembarco indietrónico (el ya famoso
pop digital de sellos como Morr Music, Karaoke Kalk, Plug
Research o City Centre) se suman propuestas a las que más
vale acudir con aspirinas en el bolsillo que con un ungüento
para los callos: el showcase de Tigerbeat6, el directo de
los abuelos Tuxedomoon, el rapper marciano Gold Chains…
Todo este aumento de tendencias y propuestas
es posible porque la superficie diurna de Sónar crece y se
expande hacia nuevos emplazamientos del casco viejo. El año
pasado el recinto del CCCB ya evidenció un colapso mayúsculo
para poder acoger tantas propuestas y gente; por eso en esta
edición Sónar fagocita, de golpe, el MACBA, donde estará el
escenario SónarComplex y la exposición Proceso Sónico, y la
Plaça dels Àngels, uno de los centros recreativos del barrio
del Raval donde durante el resto del año practican sus piruetas
los skaters, se celebran las ediciones del festival de moda
Circuit y se concentra la comunidad crustie más legal. Durante
tres días, ésa plaza (con su escenario de buen rollo SónarDome)
será el reflejo de que la música electrónica toma la calle
y convierte a la Ciudad Condal en la capital planetaria de
los sonidos en lucha con su presente.
Sónar, cuya imagen de este año es Maradona,
mueve a su alrededor mucho más de lo que parece y en 2002
sus tentáculos diurnos alcanzan lugares a los que nunca antes
había llegado. La oferta de arte multimedia, que durante años
había estado, no muerta, pero sí relegada a un segundo plano,
retoma protagonismo en forma de Sonarama, una muestra de las
interacciones entre arte visual y experimentación sonora que
ocupará el Centre d’Art Santa Mònica (al final de las populosas
Ramblas). Además, en La Capella de l’Antic Hospital (una bóveda
medieval que se dispone ahora para exposiciones en la calle
Hospital) se colgarán algunos trabajos del colectivo de diseñadores
ingleses The Designer’s Republic, responsables de portadas
para sellos como Warp.
El festival gana terreno en el barrio y dinamiza
la urbe. O en palabras de Palau, «está claro que tiene un
impacto sobre el barrio y durante tres días lo transforma,
pero también deja una huella que va más allá de ese fin de
semana. Sónar ha contribuido a cambiar la Barcelona electrónica,
a animar la industria, a ayudar a que haya música todo el
año en diferentes clubes».
LA GRAN EXPANSIÓN
Y es que, por lo menos durante los días 13,
14 y 15 de junio, la música electrónica saldrá hasta de debajo
de las piedras. Es una tradición establecida que antes, después
y, sobre todo, durante Sónar, otros promotores y sellos celebren
sus propias noches con artistas de primer nivel. La cosa va
más allá del minifestival pop de los amigos de Astrud, el
Sonajero: este año aparece Versus 2002 (contraprogramación
pura y dura del club Nitsa, que culmina el 16 por la tarde
con un festival experimental, Versus Electronics, organizado
por el músico local Fibla en la sala Apolo), se consolidan
las fiestas en Row y The Loft y, como cada año, el club Moog
acogerá el domingo la fiesta Gigolo, la mejor de todas las
post Sónar, con DJ Hell y sus amigotes ochenteros a los platos.
«Sónar recibe 400 propuestas cada año y no pueden
entrar todas —explica Palau—. Es normal que mucha gente que
no actúa aquí aproveche el bullicio para hacer ruido y tener
presencia». Sónar está en forma. Sónar hace bzzz.
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