Apnea, una palabra de origen griego significa 'falta de
respiración'. Esta enfermedad se caracteriza por
la interrupción repentina de la respiración mientras
se duerme y suele caracterizarse por los ronquidos
fuertes que se prolongan regularmente durante un tiempo hasta que
son interrumpidos por un largo período de silencio en el
que se corta la respiración (es la apnea).
Existen dos tipos de apneas, central y obstructiva. La apnea
central es menos común, y se produce cuando el cerebro
deja de enviar señales a los músculos encargados de
la respiración. Por el contrario, en el caso de la apnea
obstructiva, mucho más extendida, ni la garganta
ni la nariz permiten que pase el aire necesario para respirar.
En
condiciones normales los músculos de la garganta, que son
los que permiten el paso del aire a los pulmones,
se relajan durante la noche, dejando un espacio suficientemente
ancho para que continuemos respirando. Sin embargo, en algunos individuos,
estos músculos se cierran de tal manera que impiden la llegada
de aire a los pulmones, lo que provoca los ronquidos y otras dificultades
para respirar.
Durante las fases en las que el sueño es más profundo,
pese a que aún no se conocen del todo las causas, la
respiración puede detenerse por un período
de tiempo prolongado (algo más de 10 segundos), tras lo que
se presentan intentos precipitados por respirar. Estos episodios
de apnea suelen provocar un cambio a otra fase del sueño
más ligera, lo que explicaría la somnolencia diurna
que padecen estos pacientes. De hecho, muchos de ellos no son capaces
de recordar estos episodios durante el día, y es necesario
recurrir a los familiares y a otro tipo de síntomas
para reconocer el problema. Principalmente se reconoce por el cansancio
y los dolores de cabeza durante el día, la pérdida
de memoria, el aumento de peso, sensación de letargo
o confusión etc, los altos niveles de presión
arterial, y los ronquidos nocturnos.
Hay algunos factores que podría inducir
a padecer apnea del sueño. La edad y la obesidad son algunos
de ellos (aunque casi el 40% de las personas con este problema no
son obesas), además, el consumo de alcohol o sedantes, la
obstrucción nasal, una lengua larga, tener las vías
respiratorias estrechas e incluso una cierta fisonomía del
paladar o el maxilar podrían ser factores que incrementen
el riesgo.
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