Nuevas respuestas a nuevos problemas
FOTO: EFE | Por
RUBÉN AMÓN La agenda del recién elegido Pontífice
incluye una serie de capítulos improrrogables: desde el
espacio de la bioética hasta el debate de los anticonceptivos, pasando
por el problema de la discriminación femenina y la homosexualidad.
Los límites de la Ciencia La línea de la Santa Sede
respecto a la investigación no admite dudas: es una inmoralidad aquella
experimentación científica en la que entre en juego cualquier
estadio de la vida humana. Incluidas las células de los embriones.
Difícil que el nuevo Papa se atreva a variar la línea, pero la Iglesia
podría adoptar una actitud más flexible en el debate de la fecundación
asistida. Más o menos como ya ha sucedido en relación a los alimentos
genéticamente modificados. No es que el Vaticano los haya bendecido
en toda la expresión del concepto, pero sí ha convenido que el problema
dramático de la hambruna pueda resolverse gracias a la solución
de la producción transgénica. La apertura del Vaticano rompe muchas
décadas de oposición a la experimentación genética
y no es bien acogida en todos los sitios. Los obispos brasileños, por ejemplo,
han firmado un documento en contra de los transgénicos porque podrían
ser perjudiciales para la salud y amenazan los recursos agrícolas de los
que dependen muchos pobres.
El preservativo La prohibición absoluta del preservativo
parece condenada a una revisión de la Iglesia a corto plazo.
Sobre todo porque algunos cardenales, como el mexicano Barragán o como
el ghanés Turkson, comienzan a admitir que podría recomendarse como
uso terapéutico y como medida de rigor para proteger la vida humana.
Una acrobacia semántica que evita afrontar la cuestión general
de los anticonceptivos -ése es un debate intocable- y que deriva la discusión
al principio de la 'legítima defensa'. Lo ha dicho en estos mismos términos
el teólogo pontificio Cottier, cuya apertura al uso del preservativo se
justifica como medio de tutela de las enfermedades de transmisión
sexual. Tanto en el plano epidémico como en el ámbito de
la pareja.
La moral sexual Las encuestas y los sondeos confirman que la mayoría
de los católicos practicantes utilizan métodos anticonceptivos y
mantienen relaciones sexuales antes del matrimonio. No por una
posición premeditada de desobediencia, sino porque se considera una cuestión
personal tanto la planificación familiar como el grado de intimidad que
pueda arbitrarse en un noviazgo. La prueba está en que el 40% de los italianos
que acuden a los cursos prematrimoniales de la parroquia -muchos más se
casan por la Iglesia sin asistir a ellos- admite convivir 'en pecado' y considera
que esa experiencia favorece el conocimiento recíproco camino del altar. Suficiente
para que el sucesor de Juan Pablo II tenga que proporcionar una doctrina moral
más tolerante, sin olvidar un replanteamiento de los programas
contra la homosexualidad. No sólo porque comienzan a proliferar
los sacerdotes que dicen ser gays. También porque la doctrina 'ratzingeriana'
observa todo el fenómeno como una desviación que debe vivirse en
silencio y en abstinencia. "Los últimos documentos de Ratzinger",
señala el vaticanista Marco Politi, "defienden la dignidad del hombre
y repelen cualquier discriminación. Pero queda una pregunta en el aire:
¿Cómo valorar la relación afectiva y la seria convivencia
entre católicos del mismo sexo? La homosexualidad es un tabú para
muchos prelados, pero es un asunto con el que hacen diariamente las cuentas muchos
párrocos y muchos obispos en la vida cotidiana".
La mujer Más allá del debate sobre el sacerdocio
femenino, son muchos los movimientos católicos -y no necesariamente progresistas-
que reivindican mayor peso de la mujer en la comunidad cristiana.
Empezando por una presencia más concreta y más influyente en los
consejos parroquiales, diocesanos y en las universidades pontificias. Es verdad
que Juan Pablo II, devoto de María, hizo un ejercicio de autocrítica
admitiendo los obstáculos que la Iglesia había puesto a la emancipación
femenina -lo hizo en la Carta a las mujeres-, pero la cuestión no se ha
afrontado directamente. Se trata de un salto cualitativo y psicológico,
tal como sostiene la escritora italiana Dacia Maraini. Es decir, ubicar a la mujer
en un contexto más complejo que el de la fertilidad y el de la célula
familiar, lejos de actitudes paternalistas o compasivas. Una llamada de atención
que desempolva el síndrome del ministro democristiano Rocco Buttiglione,
permeable a una línea de pensamiento fundamentalista católico según
la cual la mujer debe atenerse al espacio doméstico. No
es el único que piensa así. |