El último desfío de dos actores

El último desfío de dos actores

JUEGAN CON ILUSIÓN DE NIÑOS ASOMADOS al fin de la vida. Se ríen frente al fotógrafo como si fuera la primera vez, tímidos, como si fueran a amarse. ¿Quién teme a Virginia Woolf, Virginia Woolf, Virginia Woolf? Adolfo Marsillach habla en pretérito de su propia historia: dulcificada su amargura en el mundo, más sabio y más amable. Nuria Espert vive en alma y cuerpo la segunda juventud de las mujeres doloridas y viudas. Sin noticias desde el 67, la última vez que actuaron juntos: "No hemos mantenido una relación después de la profesional", dice Espert. No, no se habían visto mucho.

Ahora el azar los ha unido inseparablemente, como un amor a primera vista, para afrontar el último desafío: "Sí, no tengo ningún inconveniente en decirlo: en mi caso sí es un desafío, artístico y personal, y a mí eso me atrae como el abismo", dice Marsillach. "Yo había decidido no volver a actuar nunca más, porque no me atrae especialmente ser actor, y porque llevaba 17 años que me producía una pereza casi invencible pensar en volver a salir a un escenario, y porque me produce un vuelco en el estómago pensar si voy a tener la memoria necesaria o no. Y no, no creo que insista, no creo que yo pueda o quiera, que siga siendo actor". ¿Quién teme a Virginia Woolf?, una obra descarnada, la crónica anticipada del horror y el absurdo de una vida en pareja hoy, escrita por el dramaturgo norteamericano Edward Albee en 1962. Un clásico contemporáneo: "Yo siempre le he tenido temor a esta obra", dice Espert, "y no sólo porque es durísima para los intérpretes, lo más duro después de las tragedias griegas y algún Shakespeare. Sino por esa nebulosa que desprende su título... El hecho de volver a actuar junto a Adolfo fue decisivo, nuestros defectos y virtudes encajan muy bien en esta obra". Y no parecen cumplidos, porque a Marsillach la espoleta que le decidió fue la presencia de Nuria Espert, dice.

Hablábamos sobre el amor y la muerte, entrevista del año 96, apenas sentado él en su despacho, director saliente ya de la Compañía Nacional de Teatro Clásico: "La muerte me cabrea". Nadie más que Adolfo Marsillach, su familia y los médicos, sabía de la enfermedad: y él sintiéndose como un delincuente que no había cometido delito alguno (sic), ocultándolo, callando y disimulando (sic). Decide entonces, tal vez fuera un bálsamo frente a la muerte, retomar unas memorias iniciadas en el año 91. Las publica, año 98, Tan lejos, tan cerca, y en el último capítulo descubre: "...el 20 de diciembre de aquel año (95)... mi mujer me llamó a la compañía: la biopsia era positiva. Tenía, por lo tanto, un cáncer". Ha pasado de la clandestinidad a la lucha abierta y dice que ya no, "no le tengo ningún miedo a la muerte".

"A nadie le apetece morirse y, evidentemente, a mí tampoco; pero es un hecho que cada vez asumo con mayor naturalidad. Creo que venimos de la nada, que pasamos de la nada a la existencia en nueve meses, que al final volvemos a la nada, y que en el medio hay un tiempo que yo llamo laboral, que es el de la vida. Siempre he tenido conciencia de mi origen en la nada y de mi regreso a la nada, y en ese sentido sigo igual. Que eso me pueda producir un cabreo por la dificultad de asimilarlo, bueno, pues sí, pero no he cambiado si es a eso a lo que te refieres". Envidiaba entonces a los que creen en algo incomprensible y continúa siendo un agnóstico profundamente escéptico. "No envidio, respeto a los que creen y supongo que la creencia en otra vida o en dios debe producir una cierta tranquilidad. Pero no me preocupa, porque es algo indemostrable. Yo no tengo ningún problema por no ser creyente, ninguno; no estoy más atormentado que un creyente". Espert, que también sabe del fin, tampoco cree en un dios que habría de ser tan injusto, se explica: "Qué pasa, ¿que Dios está ocupándose de mí en este momento y no tiene tiempo para atender a esos millones de personas que hoy sufren en esa guerra atroz? Cómo se conjuga eso: la idea no aguanta". Y sin embargo ella reza, frente a la muerte rezó y no supo a quién: "Cuando alguien se te muere (como a ella se le murió Armando Moreno, vida inseparable, 1992), entonces te tiras al suelo y dices lo que sea; como cuando te duelen las muelas y te tomas todo lo que encuentras en el botiquín, ¿verdad?".

¿Quién teme al lobo feroz? El autor no quiso desvelar su mensaje (ni un prefacio, ni una acotación a la imaginación del público), pero quienes han indagado en la obra de Albee dicen que aceptar el temor destruye las defensas frente al miedo (edición de Alberto Mira): "¿Por qué presupones que yo necesito un parapeto?", pregunta Marsillach, "si lo tengo te lo prestaré: hay una confusión terrible: nadie está más lejos ni más cerca de la muerte que otros, eso es una falsedad".

Entonces Adolfo Marsillach (Barcelona, 1928)y Nuria Espert (Hospitalet, 1935), ¿a quién/qué temen?:

Marsillach.-Yo a estas alturas de mi vida sólo le tengo miedo al dolor. Todo lo demás no me preocupa nada, ni siquiera eso que a todo el mundo le preocupa.

Espert.-Yo no soy temerosa, soy bastante positiva, pero en este momento además me considero tan injustamente privilegiada: nada podrá igualar ese sufrimiento de esos millones de personas en guerra, salvo que Yeltsin se beba lo que yo me bebo en esta obra y nos vayamos todos al diablo.

Agarrados a la botella, beodos; ahogando el miedo al lobo, feroz: el lobo feroz que es la mismidad. "Nunca la obra ha estado más de actualidad que ahora(Espert), porque nunca la gente ha tenido más dificultades para ser ella misma y convivir con otra persona: nunca las relaciones de pareja han sido tan francamente agresivas y dramáticas. Cuando se estrenó (año 62, Broadway), se hablaba de una pareja que había eliminado la hipocresía y había encontrado una manera diferente de relacionarse, cruel y selvática. Hoy, para bien y para mal, esto lo han alcanzado muchísimas parejas: es una tragedia contemporánea". Y lo explica: "Todo se debe al desarrollo de la mujer. Antes había un reparto de papeles que, durante miles de años, funcionó, para uno o para los dos. En sólo 100 años esto ha cambiado y ha acabado por hacer invivible la convivencia. Uno de los dos está en pie de guerra y el otro, el hombre, puede que incluso ni esté armado".

El último desfío de dos actores

Él.-Las parejas ahora no aguantan porque se ha introducido un elemento perturbador que es el amor. Las parejas eran de conveniencia, el matrimonio era un contrato y a partir de ahí las cosas son de otra manera.

Ella.-Tienes otro estado de ánimo ante un contrato que ante una libertad absoluta y una decisión.

Él.-Otro ánimo ante una pasión.

Pero que no entienda mal el público, no se trata de la historia de una pareja destrozada, hoy. Ni siquiera es la versión cinematográfica que protagonizaron Elizabeth Taylor y Richard Burton (1966): un matrimonio que se odia y se insulta y se pega. "No, no es el melodrama de a ver quién mata a quién". Adolfo Marsillach, director y adaptador de la obra de Albee, además de protagonista, insiste: el lobo es la mismidad: "Cada vez es más difícil ser uno mismo en una sociedad que continuamente nos está robando, donde no somos nosotros mismos sino la imagen que de nosotros tienen; siempre ha pasado, pero con la televisión, la publicidad, el cine, todo se distorsiona. Tenemos miedo a la realidad, que nos hunde. El miedo obliga a estar continuamente jugando e inventando. Si con Sartre el infierno eran los otros, aquí el infierno son ellos mismos: su propia realidad". Será entonces que para sobrevivir en ese infierno, necesitamos la mentira.

Él.-Necesitaríamos la imaginación, que no es exactamente lo mismo.

Ella.-Es la imaginación: es conseguir salirse de uno mismo para acercarse al otro, puesto que en la realidad cotidiana el acercamiento es doloroso y casi imposible.

Luego, cada vez más, el arte o la distorsión de la realidad será imprescindible. "¿Por qué un escritor escribe una novela o un músico compone una sinfonía?", se pregunta el dramaturgo. "¿Por qué nosotros vivimos de ser otros? Pues seguramente por una insuficiencia que cubrimos con otra realidad distinta. Cada ser humano lo resuelve a su manera; la nuestra es una manera cínica: hacemos de eso una profesión". También los protagonistas juegan a ser actores, ofreciendo la ilusión de un teatro de la vida dentro del teatro, porque "todos tenemos la necesidad de jugar a algo" (Marsillach). "No son actores, juegan a una historia de amor extraña, muy dura" (Espert). "Con grandes zonas de humor, ingrediente del teatro del absurdo, que produce hilaridad: cómo tratamos a la pareja de recién llegados" (Marsillach).

Hay un componente exhibicionista en su juego. Hay una pareja de recién llegados, sí, invitados (Marta Fernández Muro y Pep Munné), que se convierte en el público de su vida hecha teatro. ¿No sucede lo mismo a través de las paredes finas de los pisos modernos?

Marsillach se hace otra pregunta:

"¿Por qué los matrimonios se unen para cenar? No es verdad que vayan a cenar y a hacerse carantoñas: van a ponerse verdes; lo que no se atreven a decirse en casa, lo dicen delante de la otra pareja, que es el público que eligen. Una pareja siempre tiene otra pareja amiga que convierte en público, hasta que ésta decide hacer lo propio".

Entonces Espert juega su turno con otra cuestión al hilo:

"¿Por qué la gente va a contar sus miserias a la televisión, por qué va una esposa a explicar que cuando él la penetra ella no sé qué y que cuando él la pegó ella no sé cuántos, suplicando ser recibidos para poder hablar? Necesitan sacarlo para purificarse. Parece televisión basura, pero hay algo profundo en esas explicaciones. Albee sabía de sobra en los años 60 de esas confesiones atroces que a mí me perturban de manera extraordinaria".

Él.-Es posible que para ellos sea bueno, la objetivación del problema. Grabas de la televisión lo que tú sientes y luego lo ves con él: pues seguramente ya no lo matas, o viceversa.

Ella.-Sí, además los psiquiatras son carísimos y ya nadie practica la confesión.

¿Quién teme al lobo feroz? Todos lo temen, necesitan la ilusión para hacerse fuertes. ¿Necesitan convertirse en actores, 15 segundos de su vida?

Ella.-Necesitan el juego.

Él.-Necesitan popularidad, porque si tú has dicho por televisión que eres frígida y que además tu marido es impotente, cuando vas a comprar la verdura, los comentarios te ayudan muchísimo. Ya no puedes ser suicida, te toca pelar alcachofas.

Ella.-Ni eso, el frutero te resuelve el problema.

Dice Nuria Espert que los actores son mentirosos por naturaleza y por exigencias del guión.

Ella.-En mi caso desde luego. Los actores somos duales y tímidos, inseguros, y todos somos dos o tres personas por lo menos. ¿Estás de acuerdo tú?

Él.-Sí, sí: yo soy media docena.

Ella.-Parece imposible pensar en un actor monolítico, centrado.

Él.-Somos esquizofrénicos, hay una anormalidad que la exige el sueldo. ¿Cómo una persona normal va a querer ser otro a las ocho de la tarde? No es posible.

Dice Adolfo Marsillach que las mujeres son mejores intérpretes porque acostumbran a fingir desde muy pequeñas.

Ella.-Completamente de acuerdo.

Él.-No es desdeñoso. Las mujeres se pintan y se arreglan desde jovencitas, tienen que engañar más para ser admitidas... Al unísono: Su situación es menos clara en el mundo. Nuria, ¿cree que Adolfo es machista?

Ella.-Sí, sí, mucho; sí.

Él.-(se ríe).

Ahora dice que le hubiera gustado ser mujer.

Ella.-¿Tú has dicho eso, tal cual?

Él.-Sí, se lo dije el otro día por teléfono.

Ella.-¿Tal cual?

Él.-Sí, tal cual. Cada vez entiendo mejor a las mujeres, me siento más próximo a su mundo. Es una lástima que me muera sin haber pasado por la experiencia de ser mujer, porque seguro que me daría una visión más amplia del universo.

Ella.-Creo que en 1999, y sólo en Occidente, es más difícil ser hombre que mujer.

Él.-La mujer actúa como hombre, pero si fracasa, no le pasa nada. Si un hombre tiene un fracaso, le puede destruir.

Así las cosas, irreconciliables, las relaciones entre los seres humanos, que necesitan la fantasía y el juego, que son dolorosas, que no llevan a la felicidad, son el precio de no estar solos. ¿Tan mala será la soledad? Retorno al principio, habla Marsillach: "El ser humano es esencialmente soledad, porque los grandes problemas acaba resolviéndolos uno solo: aunque las personas que estén a tu lado te quieran ayudar hasta el último extremo, tampoco pueden. Pero la soledad puede ser enriquecedora. Hay una frase que leí... hay que aprender a estar solo cuando se está acompañado, para sentirse acompañado cuando se está solo".

Adolfo Marsillach, Nuria Espert, retoman la ilusión infantil, conocen el fin. ¿Y qué hay al fin, una verdad o muchas ilusiones/mentiras? "La verdad no existe", dice Marsillach, "existen verdades fraccionadas". Y cita sin memoria un verso de Antonio Machado: "Déjame con mi verdad y la tuya guárdatela".

Juegan cínicos y hacen teatro. En escena: ella beoda y displicente, jovencísima; él, condescendiente, agotado. Adaptación de Adolfo Marsillach (Madrid, 1999).




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