Misión Sobrevivir

Misión Sobrevivir

SIN ASCOS. Un instructor demuestra en la práctica una de sus clases teóricas: el saltamontes es comestible, aunque hay que cuidarse de tragar las alas y las patas (tan peligrosas como las espinas de pescado) porque podrían obstruir el esófago. A falta de otros alimentos, los insectos son la fuente de proteínas más rápida y cómoda de conseguir.

¡LA BALSA PRIMERO!, GRITA EL OFICIAL de a bordo. Las siluetas se lanzan entonces, una a una, al mar tormentoso. Hay que abandonar el aparato y saltar como se pueda. La tormenta ruge y las olas del mar fustigan los rostros. Los pilotos del vuelo militar Alpha CK8 se esfuerzan por nadar en medio de una oscuridad casi total hacia la balsa de salvamento. Dos de los tripulantes se encargan de un herido. Hay que llegar, cueste lo que cueste. La tormenta cesa y los proyectores se vuelven a encender. "No ha sido lo bastante rápido", exclama un instructor. A pesar de que la imitación es casi perfecta, no estamos ni en el Océano Ártico ni en un plató de cine, sino en la piscina ultramoderna de la escuela de supervivencia de la US Air Force.

El capitán Ken Dwelle debe agradecer a este entrenamiento su salvamento el pasado 27 de marzo, cuando su invisible F-117 fue derribado cerca de Belgrado. El también capitán Scott O'Grady tuvo que usar todo lo aprendido. El 2 de junio de 1995, durante la operación de las Naciones Unidas en la guerra serbo-bosnia, su caza F-16 fue abatido por un misil en el cielo de Yugoslavia. Durante seis días vivió como un animal acosado, escapando a la frenética búsqueda de sus enemigos, para ser finalmente repatriado por un equipo de rescate de los marines. Regresó a su país como un héroe.

Las aventuras de Ken Dwelle y Scott O'Grady, a pesar de ser meritorias, no son las únicas. Numerosos pilotos americanos afrontaron la misma y dolorosa experiencia, sin que tuviesen derecho a los mismos honores, en Corea, en Vietnam y, más recientemente, durante la Guerra del Golfo. Todos estos hombres deben su supervivencia a un entrenamiento especialísimo y característico de las fuerzas aéreas norteamericanas. El centro de formación para la supervivencia de la US Air Force está considerado, desde hace 50 años, como la más alta autoridad mundial en este campo.

INSUSTITUIBLES

Si moralmente hay que hacer todo lo posible para salvar la vida de un hombre, desde el punto de vista puramente contable, los dos años de formación de un piloto de combate cuestan hoy más de un 150 millones de pesetas a los contribuyentes americanos. En caso de conflicto, es impensable poder reemplazar rápidamente y a un coste menor a estos hombres insustituibles. Por eso se creó la escuela de supervivencia en 1949.

El centro de formación para la supervivencia está situado cerca de Seattle, en la base de Fairchild, en el Estado de Washington. La escuela dispone de dos anexos especializados. Uno en Alaska, con el fin de responder mejor a las exigencias de la formación en el "Gran Norte", y el otro en Florida, donde los pilotos se entrenan en la utilización del paracaídas. El anexo de formación llamado Jungla, situado en Filipinas, ha sido cerrado hace unos años, dado que, según los estrategas del Pentágono, la amenaza se concreta hoy en los países de África del Norte y de Oriente Próximo.

Al final de la Rambo Road, los guardias controlan el acceso al centro de supervivencia. Allí, 220 instructores están dedicados a la formación anual de 6.000 pilotos, navegantes, ingenieros de radio o radaristas. La formación básica para la supervivencia se desarrolla durante más de dos semanas. Los primeros días se reservan a la enseñanza de técnicas de salto en paracaídas. Los aviadores aprenden a amortiguar su caída o a descender en rappel a lo largo de un tronco, si caen sobre la copa de un árbol.

Recordarán, en caso de emergencia, que un aterrizaje forzoso del aparato es siempre preferible, cuando sea posible, porque el avión proporcionará abrigo y una parte del equipamiento de a bordo podrá ser utilizado en espera de la llegada de los rescatadores. Los aviadores se familiarizan con el uniforme y con el kit de supervivencia que les acompañan siempre que salen en misión. Este equipamiento comprende unos 60 artículos diversos (cuchillo, medicinas, instrumental de orientación...), y les ayudará a sobrevivir en las mejores condiciones posibles en todas las latitudes. Cada pieza es aligerada y reducida a su mínima expresión, por evidentes razones de peso. El paracaídas es también un fiel aliado. Con él, se puede fabricar un abrigo, mantas, paneles de señalización, vestidos, calzado para la nieve o vendas para las heridas. Los cordones de suspensión sirven para fabricar arcos, trampas o redes. A menudo, la primera reacción de los alumnos ante la perspectiva de afrontar una situación de supervivencia es pensar en suicidarse con su pistola. "Nadie está preparado para afrontar una situación de supervivencia -explica un instructor-. Además de los problemas psicológicos resultantes del miedo, la desesperación y la soledad, las heridas, el dolor, la fatiga, la sed o el hambre disminuyen el deseo de vivir". Y añade que la supervivencia es ante todo un asunto de estado de ánimo.

"La mente es lo que dirige el cuerpo y no a la inversa". Sin embargo, una preparación adecuada puede aportar al superviviente una ventaja decisiva en la lucha que debe llevar a cabo para sobrevivir. Éste es el objetivo de todo el entrenamiento de la escuela de Fairchild: ayudar al aviador a controlar el miedo a lo desconocido, ese demonio que conduce al pánico o a la parálisis.

AGUA Y COMIDA

De los experimentados instructores, los aviadores aprenden a aprovecharse de los recursos naturales disponibles. Ciertos árboles y cactus acumulan agua en sus troncos. El agua del mar deshidrata, pero se puede encontrar agua potable excavando en los desniveles de las dunas. A menudo hay agua escondida debajo de la grava de los ríos secos y, en el desierto, siempre es posible recoger este preciado líquido fabricando un ingenioso sistema de condensación con un saco de plástico. O'Grady, por ejemplo, sació durante algún tiempo su sed con el agua absorbida por sus calcetines.

Se enseña al aprendiz de superviviente que puede comer cualquier animal que tenga pelo y que los menudillos acompañados de algunas bayas salvajes hacen excelentes caldos, excepto el hígado del oso polar, de la foca o del zorro, clasificados como altamente tóxicos. Murciélagos, tortugas, cocodrilos, serpientes, ranas y babosas son otros tantos animales comestibles.

"Los insectos son fáciles de atrapar", dice el instructor. "Los grillos son excelentes, están repletos de proteínas a condición de que no coman ni las alas ni las patas que podrían clavarse en sus tráqueas como espinas. También pueden alimentarse de termitas, de sus huevos y de sus larvas e, incluso, de ciertas mariposas". Los aviadores aprenden algo más sencillo: a reconocer algunas plantas comestibles, entre las que también las hay que presentan ciertas virtudes medicinales. A eso les ayudarán los mapas aéreos, irrompibles y que no se pudren, que ilustran perfectamente una determinada zona geográfica, con la flora y la fauna propias de la región que se sobrevuela. Hay que desconfiar de las plantas con savia lechosa o coloreada, peligrosas en todos los países. En el litoral se puede comer el pepino de mar, tras haberlo pelado y hervido.

Los alumnos tienen que construirse -y de hecho lo hacen- distintos tipos de cabañas, en las que pasan todo el periodo de entrenamiento. En los trópicos, hay que levantarlas para protegerse de las serpientes y de los insectos rampantes, y en las zonas nevadas, cubrirlas con unos 20 centímetros de nieve, con lo cual la temperatura se estabilizará en el interior en torno a los 00, cuando fuera descienda a -500. De hecho, los aviadores estacionados en el Ártico realizan una semana invernal de entrenamiento suplementario en el corazón de un bosque de Alaska.

HACERSE VER

Numerosos pilotos abatidos en Vietnam tuvieron la mala suerte de divisar o de oír a un aparato amigo sin que éste los divisase a ellos. Para evitar esta amarga decepción, los aviadores son entrenados para lanzar avisos y señales desde las zonas abiertas. La marca adecuada es una V en el suelo que traduce en codificación internacional una petición de asistencia. Los alumnos comprueban el efecto mágico de un espejo bien orientado, que un avión puede distinguir, haciendo buen tiempo, a varias decenas de kilómetros. Aprenden a lanzar cohetes de humo y bengalas de auxilio y a dirigir un avión hasta su posición gracias a su radio de supervivencia.

Las últimas 48 horas de este entrenamiento se consagran al aprendizaje de técnicas de fuga. Avanzar por detrás de las líneas enemigas requiere camuflaje y discreción. Hay que evitar rutas y caminos transversales, desplazarse de noche, reducir los fuegos a lo estrictamente necesario, untarse el rostro con pintura de combate y evitar cualquier insignia u objeto reflectante.

Tras el cansado periodo de instrucción, los aviadores son devueltos a la base. Cuando cruzan las verjas de la entrada, los guardias de la Rambo Road les sonríen cínicamente. Y es que los alumnos no se van directamente a sus confortables habitaciones o a tomarse una refrescante ducha, sino que son conducidos al calabozo. Es el entrenamiento "resistencia a la cautividad", clasificado como confidencial por parte del Pentágono. En unos calabozos especialmente construidos en los confines de la base, una serie de instructores muy especiales jugarán el papel de carceleros y de interrogadores. Durante 72 horas, los aviadores comerán poco y dormirán todavía menos. La severidad de los interrogatorios psicológicos lleva a veces a algunos alumnos a darse por vencidos aunque saben que el fracaso en este ejercicio les cerrará el paso para siempre a las misiones de vuelo. Para evitar estas situaciones de cautividad se entrena el último día de su curso al prisionero voluntario de la escuela de supervivencia a burlar la vigilancia de sus guardias, con el fin de intentar una evasión.

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