ESTA CIMBREANTE MUJER DE ÉBANO ha llegado a su verdad, que para ella es la verdad con mayúscula, a través del cuerpo y por la vía del yoga. Ha domesticado el animal que llevamos dentro (en unos, muchísimo más visible que en otros) con meditación, elasticidad y vida interior. Ella, para disfrute visual nuestro, ha encontrado un camino en esta difícil tarea de vivir consecuentemente, una asignatura en la que casi todos somos muy malos estudiantes: la dejamos siempre para septiembre, para el otoño de la vida. Adolfo Marsillach y Nuria Espert, protagonistas esta semana de nuestra portada, también buscan su verdad, la verdad, lo mismo que Ernesto Cardenal, ¿se acuerdan de él?, el sacerdote nicaragüense a quien el Papa Juan Pablo II, cuya verdad de oficio es irrebatible, retiró la mano cuando aquél intentaba besársela. Para estos tres grandes personajes, con sus reflexiones cargadas de sabia experiencia, la verdad es distinta y a la vez coincidente: distinta como sus vidas vividas, y coincidente ante el reto ineludible de la muerte. El caso de Marsillach tiene un ingrediente más: está enfermo de cáncer, como él mismo desveló en sus polémicas memorias del año pasado, y las preguntas exigen respuestas inaplazables. Por eso la adaptación que ha hecho de la famosa obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf? está llena de verdades descarnadas. Por ejemplo, dice Marsillach en la entrevista que ofrecemos dentro: "Las parejas ahora no aguantan porque se ha introducido un elemento perturbador que es el amor. Antes las parejas eran de conveniencia"; o "el ser humano es esencialmente soledad". La verdad de Cardenal es, después de muchos años, conciliar la creencia en un dios, Marx, y en Dios. Bueno, sobre verdades, como sobre colores, hay mucho escrito. Está, incluso, la de Julio José Iglesias.

Por MIGUEL ÁNGEL MELLADO