Celestinas"

Celestinas

Madame Pompadour. Se convirtió en la celestina de Luis XV cuando dejó de ser su amante.


"SI VUESTRO HIJO ES ENCLENQUE, SEÑOR, es porque a la reina no le dejáis más que las escurriduras". Así diagnosticó el médico de don Felipe IV la pésima salud del príncipe heredero, el que iba a pasar a la historia como Carlos II el Hechizado. Las celestinas de su "católica, sacra, real majestad" barrían Madrid, y hasta rondaban los conventos, porque al rey le daba angustioso gustirrinín la idea de que las derrotas españolas en los Países Bajos fuesen castigo de Dios por sus fornicaciones conventuales.

Si la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, el celestineo/alcahueteo será el segundo más antiguo, aunque tengo para mí que es anterior al otro: ahí está la Biblia, proclamando que el primer celestino, y romántico encima, fue nada menos que Dios, pues tan solo vio a Adán que se apresuró a buscarle compañera, sacándosela del costillar, o sea, de junto al corazón, que es donde la mayor parte de los hombres guardan a sus mujeres.

La celestina natural del hombre es su madre. Santa Mónica por ejemplo, cuyo hijo, el entonces futuro San Agustín, paseaba por Hipona sus calenturas dieciochoañeras hasta que contrajo lo que entonces se llamaba un "matrimonio de segunda", esto es, un simple concubinato con una chica a la que fue fiel durante 15 años bajo el mismo techo que Santa Mónica, que era cristiana devota.

Parentesco íntimo es también, aunque no consanguíneo, el de marido. El marido esquimal es celestino de su esposa siempre que llega un invitado a su casa, pues sus normas de hospitalidad le prescriben ofrecérsela. Y el Estado paraguayo, tras la cruentísima guerra de 1864-70 contra Brasil, Argentina y Uruguay, se quedó tan despoblado que se erigió en celestino de todos sus súbditos, parientes administrativos, incitándoles a arrejuntarse con el mayor número de mujeres al tiempo.

SIN SOMBRA DE VICIO

El celestino natural de los romanos ricos era el tratante de esclavos, entre cuya mercancía siempre había reales mozas de todos los tipos concebibles. Suetonio menciona uno, Torontio, muy famoso en tiempos de Augusto. Y de Augusto dice que tal era su inclinación por violar a jóvenes vírgenes que hasta su misma esposa, Livia, acabó animándose a buscárselas. "Augusto", añade Suetonio, era persona "sin sombra de vicio alguno". Claro que si la violada era esclava, la violación no contaba como defecto: al contrario, pasaba por ser cosa habitual y lógica. El cristianismo primitivo reconocía que el esclavo tenía que obedecer y perdonaba actos de obediencia, por pecaminosos que fuesen, en personas libres: del emperador Domiciano se dice que su principal celestino era su esclavo favorito, cristiano ferviente.

Incluso en la cristianísima Edad Media europea persistió, mutatis mutandis, esta actitud. En uno de los cuentos de Boccaccio una cristianísima marquesa altomedieval se entera de que su hijo sufre por amores de una criada, y le incita a violarla como la cosa más natural del mundo.

Reyes y jefes de Estado siempre estuvieron demasiado ocupados para buscarse sus propias amantes, de modo que el celestino era con frecuencia persona de gran importancia en la corte. La mejor celestina de Luis XV de Francia fue su ex amante, la marquesa de Pompadour, que sacó más partido de esto que de compartir el lecho real. Luis XIV se las buscaba él mismo en su propia corte, pero a Luis XIII le buscaba las amantes nada menos que el cardenal de Richelieu. Luis XII, que iba por todas partes con un grueso libro de dibujos pornográficos, como el emperador Tiberio, recurrió durante su campaña de Italia a sus generales para que le buscasen napolitanas guapas. Luis XI no necesitaba tales servicios porque era un témpano, ni Luis X, que, en un solo año de reinado apenas tuvo tiempo de nada. Y Luis IX fue un santo.

La retahíla sería inacabable: a Luis II de Baviera le buscaban actrices sus ministros, como a Isabel II de España y a Catalina la Grande de Rusia reales mozos los suyos. Eduardo VII de Inglaterra tenía un fiel cortesano, Augustus Lumley, que rebañaba Londres en busca de criadas guapas, y una de éstas, Rosa Lewis, llegó a ser famosa en la buena sociedad inglesa como dueña de un elegante hotel que puso en el centro de Londres con dinero de su real amante. Yo llegué a verlo, lleno siempre de artistas, literatos y gente elegante.

A Napoleón le ayudaba en estos menesteres nada menos que el príncipe de Talleyrand, que fue quien le presentó a una de sus más famosas y fieles amantes, la condesa polaca María Walewska, que se acostó con el emperador, al principio por lo menos, en aras de la independencia de Polonia. De Napoleón se cuenta que una bella aristócrata francesa que le encontró Talleyrand hubo de acabar vistiéndose y yéndose a su casa, razón por la que el jefe del protocolo imperial le dijo: "El emperador se ha enfrascado en sus planes de la campaña de Rusia y ya no tiene tiempo para nada".

CELESTINAS VITALICIAS

Los sultanes turcos, muy necesitados de personal femenino para sus populosos harenes, tenían un alto funcionario dedicado exclusivamente a esto. Y los hermanos Goncourt, grandes escritores franceses, tenían un contrato vitalicio con una celestina parisina para que les enviase una chica distinta cada jueves, la cual pasaba primero por la cama de Edmundo y luego por la de Julio; orden alfabético, para no reñir. Otro escritor francés, Julio Adam, firmó un contrato ante notario con una elegante celestina de París que añoraba el estado matrimonial, comprometiéndose a casarse con ella después de 25 años de servicios semanales ininterrumpidos y gratis.

Así y todo, nada tan original como el rey Merovingio que hizo celestino suyo al tesoro real francés, estipulando en su acta de abdicación que el tesoro real le sufragaría, buscaría y enviaría semanalmente al convento al que iba a retirarse, "una joven limpia, bella y de condición libre, corriendo con todos los gastos que ello ocasionase". O como cuando la razón del Estado español hacía celestina suya nada menos que a la Iglesia católica, pues la prueba de virilidad del heredero de la corona requería una campesina joven, virgen y apetecible que quedase embarazada inequívocamente del príncipe, que no podía ser estéril. Los gastos corrían por cuenta del tesoro real pero la Iglesia ponía las dispensas: allí no pecaban ni el príncipe, ni la campesinita, ni los curas y obispos que les habían organizado a los dos jóvenes tan erótico sarao.

Hasta ahora, sin embargo, todo es más o menos normal, pero del emperador romano Heliogábalo se dice que tenía a un general de la caballería romana como celestino para que le buscase caballos de buen ver con los que desahogar calenturas equinófilas. Lo cual, a fin de cuentas, será bestial, pero no inhumano. Como le sucedía al celestino de quien me hablaron fidedignamente en mis años de vida londinense, especialista en garantizar a pervertidos necrófilos, a 1.000 libras la cita, acceso a un secretísimo burdel homosexual donde podrían tener ayuntamiento carnal con chicos jóvenes a quienes un atento carnicero apuñalaba certera y mortalmente en el momento clave del éxtasis. Algo así, aunque en peor, como lo que cuenta Séneca el Viejo de un excéntrico romano aficionado a la pintura, que mandó matar a un esclavo suyo para poder pintar con realismo su expresión en el instante irrepetible de la muerte.

"Yo conozco a todo el mundo", dice una celestina provinciana en una novela de Pío Baroja, y ése es conocimiento importante en tal oficio. Todos hemos conocido a alguna humilde o pretenciosa celestina de barrio que ha sido puta en sus buenos tiempos. El celestineo es profesión habitual de la puta jubilada, la cual empieza con frecuencia a practicarla experimentalmente antes incluso de la jubilación; de la misma manera que, después de jubilada, revierte a veces al de puta si la avisada no llega y el cliente tiene prisa.

EL AÑO DE LA CELESTINA
Con motivo del quinto centenario de la publicación del primer ejemplar conocido de "La Celestina", el pueblo natal de Fernando de Rojas, La Puebla de Montalbán (Toledo), ha preparado una programa de actos que se desarrollará durante todo el año 1999.
-16 de abril: edición noble y popular conmemorativa del V centenario, con prólogo de Juan Goytisolo.
-Temporada de verano: representación en diversos teatros manchegos de "La España de Fernando de Rojas", una recreación de la sociedad de la época.
-Septiembre: Congreso Internacional de "La Celestina", en las ciudades del autor y la obra.


Reportaje

El primer "Best-Seller"

Alcahuetas del siglo XX



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