Durante su estancia en el Senado demostró con sus propuestas que en EEUU no quedan muchos a su derecha. Se opuso al aborto -incluso en los casos de violación e incesto - e intentó prohibir los anticonceptivos, además de ser un incondicional de la pena de muerte. Defensor de los valores cristianos tradicionales, dirigió la caza de brujas contra el presidente Clinton durante el caso Lewisnky. Como secretario de Justicia, y tras los atentados del 11-S, promovió la implantación de las medidas más polémicas de la historia reciente estadounidense: grabaciones de teléfonos particulares, registros domiciliarios sin permiso judicial y detención de personas sin ningún cargo en su contra. Desde el primer momento concibió el ataque a Irak como una especie de mandato divino, una gran batalla entre malos y buenos, en la que Dios está de parte de estos últimos: los estadounidenses.