¿Qué
es mejor? ¿Esperar o provocar el parto si
después de romper aguas no se da a luz espontáneamente?
Para unos, lo mejor es inducirlo porque la espera aumenta el riesgo
de infección tanto para la madre como para el niño;
para otros, conviene esperar a que empiece espontáneamente
(siempre que no haya peligro), para lograr reducir el riesgo de
recurrir a cesárea. En un trabajo publicado en 1996 en el
'New England
Journal of Medicine' parecía apuntarse que los
partos inducidos son más seguros que decantarse por la opción
de esperar, de esta manera se evitan infecciones. Cuando el feto
está en la bolsa amniótica, está completamente
aislado del exterior y de cualquier posible infección.
En cuanto esta barrera de protección se rompe, el niño
queda expuesto a numerosos agentes externos, de hecho, la vagina
no es estéril y se convierte para el niño en un peligroso
foco de infección.
Cerca del 8% de las mujeres que llegan al término de su embarazo,
rompe aguas antes de que el parto empiece. Si el parto no es inducido,
más del 60% de estas mujeres lo tiene espontáneamente
en las 24 horas que siguen a la rotura de las membranas y el 95%,
en las 72 horas siguientes. Algunos ginecólogos distinguen
entre las inducciones selectivas –dirigidas
a programar el parto para una fecha determinada– y aquellas
que están motivadas por una patología médica.
En el primer caso, se valora que se den las condiciones necesarias
y que el cuello uterino se encuentre suficientemente blando y dilatado.
Cuando se produce alguna situación que obliga a inducir el
parto y hay que 'terminar el embarazo', la inducción se lleva
a cabo independientemente de cómo esté el cuello del
útero. En la actualidad, el número de partos
programados está aumentando peligrosamente, especialmente
en la atención privada.
Cada hospital dispone de un protocolo de actuación
que indica qué hacer en cada caso. Generalmente,
todos ellos suelen dejar un período de 12-24 horas a partir
de la rotura de la bolsa amniótica para esperar a ver si
en ese tiempo se produce un parto espontáneo. Si en ese plazo
la mujer sigue sin tener contracciones, es necesario recurrir a
algún fármaco, generalmente prostanglandinas,
para inducir el parto y evitar así determinadas situaciones
de riesgo para madre e hijo, que el niño no reciba suficiente
oxígeno o que la madre tenga la tensión arterial demasiado
alta, por ejemplo. En otras ocasiones se emplea oxitocina,
capaz de provocar las contracciones. Esta sustancia, producida de
forma natural por el organismo humano ,provoca las contracciones
del parto y si todo se desarrolla normalmente, el cuello del útero
comenzará a dilatarse llegado el momento de dar a luz. De
no ser así, el ginecólogo puede optar por suministrarla
de forma artificial. En ocasiones, con la epidural, que frena las
contracciones, también es necesario recurrir a ella. Mediante
dosis muy medidas –hay que recordar que la madre y el feto
se encuentran monitorizados durante todo el proceso–,
se administra este fármaco para provocarlas. A diferencia
de los partos naturales, en cuanto se emplea esta hormona las contracciones
se producen de forma brusca, sin que haya una evolución progresiva.
Algunas voces críticas advierten que la
oxitocina se emplea a veces de manera innecesaria, lo que cuestiona
la seguridad del procedimiento. Esta sustancia puede llegar a reducir
el flujo sanguíneo que va del útero hasta el feto
y que le nutre de oxígeno; aunque esto ocurre también
durante las contracciones naturales. La naturaleza es sabia dirán
algunos... porque el organismo del feto está plenamente preparado
para superar todos los 'traumas' a los que está sometido
su cuerpo durante el parto. Y, en este caso, sus reservas de oxígeno
le permiten superar esta falta de oxígeno. Además,
al forzar el proceso de forma artificial, estos partos no sólo
son más dolorosos que los partos 'naturales'
sino que la capacidad de respuesta y recuperación no es la
misma.
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