ÉSTE ARCHIPIÉLAGO es tan hermoso, que hasta él llegó un día el lagarto ocelado y se quedó para siempre. También se siente atraída la nutria, que se acerca desde la península del Morrazo, nadando a través del Atlántico. Ambas especies se localizan en el más destacado de los archipiélagos del atlántico español. No son las únicas. En un bruñido peñón que se destaca en la bocacha del puertecillo insular, la mayor colonia de cormoranes moñudos de estas latitudes orea sus plumas bajo la caricia del sol gallego. Situado frente a la amplia ría viguesa, este archipiélago muestra un más que sorprendente estado de conservación. Compuesto por las islas principales de Monteagudo, Faro y San Martiño, cuenta además con el microarchipiélago de Boeiro.

A las islas se llega en un ferry que sale a diario del cercano puerto de Vigo. Lo primero que verán es el monumento erigido en memoria de Franco, durante un periodo en el que, de paso, se llenó de eucaliptos parte de la isla. No estaría de más que, al tiempo que se regenera el diminuto sistema dunar de Figueiras-Muxiero, se retirara una cosa tan fuera de lugar.

Allí mismo cruza la pequeña pista que recorre de punta a punta la principal de las Cíes. Da servicio a los trabajos de la guardería del parque y de paso sirve para subir hasta el faro. En sus cercanías, desde el Mirador de la campana se descubre el porqué del encanto del archipiélago. A los pies, la larga playa de Rodas, puente de arena que une las islas de Monteagudo y Faro, mientras que al otro lado, la vista se marea ante los abismos de Buraco de Trapo y Furna do Inferno. Más allá, perdidos en el Atlántico, San Martiño y los islotes de Beoiro, adonde sólo llegan las gaviotas.

Alfredo Merino