Pío Cabanillas

Pío Cabanillas


TENGO ANTE MÍ UNA TAREA, si no difícil, atípica: entrevistar a Pío Cabanillas (40 años), un hombre conocido y a la vez absolutamente desconocido. Los servicios de documentación que he consultado no arrojan muchas claves sobre su personalidad, y me consta que la única vez que se ha sometido a las preguntas sosegadas de un periodista ha sido para hablar de sumas y restas.

Sé que no le gustan las entrevistas y eso me hace sospechar que tragará saliva antes de responder y que medirá sus frases como si fueran declaraciones de principios. No es una papeleta agradable, la mía. Los famosos que me tocan en suerte suelen tener un largo historial de entrevistas: ellos ofrecen sus respuestas manufacturadas y yo hago como que no me entero, o como que me entero y me resigno. El caso de Pío Cabanillas es un poco especial. Solicité la entrevista meses atrás, pero la espera se prolongaba tanto que me hice a la idea de olvidarla. Cuando menos lo esperaba, sin embargo, recibí una llamada. El jueves a las diez de la mañana, dijo la voz de su jefa de prensa con insospechada amabilidad. Y así fue: el jueves a las diez de la mañana estaba yo allí, en la antesala de su despacho, preguntándome por qué Cabanillas había accedido a mi petición y por qué no ponía límite de tiempo ni condiciones para las fotos. Con lo fino que parece y lo apretada que debe de tener su agenda.

Durante el encuentro no sonó el teléfono ni entró ninguna secretaria a recordar una comida de trabajo. Estaba relajado y respondía a las preguntas observando mi cara de pasmo, que no era exactamente de pasmo sino de curiosidad. O de escudriñamiento. Miraba cómo sonreía o cómo daba pequeños cabezazos al aire para retirarse el pelo de la cara. Es el gesto que más le define.

Cuando hilaba un discurso forzado, bajaba tanto la voz que no le llegaba al cuello de la camisa y tenía que pedirle que repitiera. Así fue todo el rato. Hasta que al terminar decidió que todavía le quedaban ganas y siguió hablando. A su alrededor había televisiones muertas. No una ni dos, sino muchas. Y todas muertas, ya digo. En ese tiempo supe que fuma como un descosido, que su última hija está a punto de nacer (tal vez haya nacido al publicarse la entrevista) y que le encanta no estar contagiado por la política. Eso sí: no me invitó a un café.

Pregunta.-Se habla poco de usted. A veces es como si no existiera. Teniendo en cuenta que los directores generales de RTVE siempre están expuestos en el escaparate, lo suyo incluso puede ser un buen síntoma.

Respuesta.-No me gusta ocupar el primer plano, créalo. Los que me conocen dicen que soy una persona abierta, pero cuando trabajo no busco protagonismo. Además, muchas veces el protagonismo resulta contraproducente.

P.-¿Cabe pensar que su actitud obedece a una estrategia?

R.-No sé si a una estrategia consciente y decidida, pero en la práctica es la que se impone.

P.-Ya: usted no se exhibe y por lo tanto, no cobra.

R.-¿No cobro?

P.-No recibe palos. O recibe menos...

R.-Yo prefiero darle la vuelta al razonamiento. A lo mejor es que algunas cosas están saliendo bien y por lo tanto hay menos motivos para criticar.

P.-Hombre, la Televisión Española de hoy no es tan diferente de la que teníamos hace un año....

R.-Pues han cambiado algunas cosas, aunque no crea.

P.-Lo que más ha cambiado es el director general.

R.-Bueno, si lo que quiere decir es que a mí me critican menos, lo acepto. Y lo agradezco.

P.-No estoy piropeándole. Es un hecho.

R.-Vale: es un hecho. Y por eso lo agradezco. Pero déjeme añadir que en RTVE se detecta ilusión por hacer cosas.

P.-Detectar ilusión en RTVE es difícil. Muchos creen que sólo se arregla dinamitándola y volviendo a empezar.

R.-A RTVE se la tienen jurada muchos. Es como si necesitaran encontrar media docena de chivos expiatorios de frustraciones varias. Esta casa es criticable desde muchos aspectos, pero forma parte de nuestras vidas y lleva dentro algo que vale la pena mantener. Eso no siempre se respeta. Cuando no hay otro tema del que hablar, se le dan un par de toques a Televisión Española, y todos tan contentos. Es como una manía, o un tic.

P.-A RTVE le pesan los años, los kilos, la historia... Cuesta mucho mover esto, supongo.

R.-Es verdad: existe una fuerte impronta de lo que es un espíritu burocrático y funcionarial. A mí me resulta incómodo, extraño, al fin y al cabo es la primera vez, bueno, pongamos la segunda, que trabajo en el sector público. No estoy acostumbrado a los comportamientos burocráticos, pero comprendo que ese síntoma obedece a razones muy claras: la gente ha estado sujeta a múltiples proyectos, y la mayoría de ellos no se han consolidado por razones políticas. Eso ha generado una cierta tendencia a sacrificar la creatividad y las iniciativas. El síntoma sólo desaparecerá cuando vayan desapareciendo las causas que lo generan.

P.-Largo me lo fiáis...

R.-Largo, pero no eterno.

P.-Cuando habla de las razones políticas lo hace anteponiendo un gesto extraño, como si el tema no fuera con usted. ¿No se siente en un cargo político?

R.-El puesto tiene carga política, pero yo no soy un político ni de lejos.

P.-¿No le interesa la política?

R.-No para ejercerla. Quizás sea un rechazo inconsciente, pero quiero mantenerme a distancia.

P.-¿El rechazo del que me habla, es por ser hijo de su padre?

R.-Puede. Ya vi bastante política en casa.

P.-¿Le fastidiaba que su padre fuera político?

R.-La cercanía a la política la viví a través de un padre, no a través de un político. No es que me empachara... Simplemente, no me interesaba. He de reconocer que mi padre siempre quiso mantenerme al margen, por eso me mandaba al extranjero. En los últimos 20 años he vivido más tiempo fuera que aquí.

P.-Me lo pone usted a huevo. Tengo que preguntarle por su padre.

R.-En casa, evitaba hablar de política, pero de puertas para afuera siempre vivía y sentía su pertenencia al mundo político. Era su medio natural, y le encantaba. Respecto al rechazo que ha existido por mi parte, pienso que será porque culpo a la política de haberme robado tiempo para disfrutar de mi padre.

P.-Perdone la poca originalidad de la pregunta, pero si no la hago, reviento: ¿se ha sentido condicionado por el apellido?

R.-Para mucho, desde luego. Antes, cuando me presentaban, siempre había alguien que decía "¿tu no serás por un casual hijo de Pío Cabanillas?", y yo pensaba "joder, ¿es que existen muchas probabilidades de que no lo sea?". La pregunta me repateaba. No es nada sutil.

P.-Su padre creo que decía: "Hay dos cosas que uno no puede ser en esta vida: director general de Televisión Española y presidente del F. C. Pontevedra".

R.-Sí, lo decía.

P.-Poco caso le ha hecho usted...

R.-Pues sí... Espero, con todos los respetos al Pontevedra, que mi próximo destino no sea la presidencia del club. Siquiera por fidelidad a mi padre.

P.-¿Se ha arrepentido alguna vez de haber aceptado el cargo de director general de RTVE?

R.-Arrepentirme, no. Claramente, no. Pero cabrearme ante muchas situaciones, sí. Bastantes veces.

P.-¿Cabreos de impotencia?

R.-No. Cabreos de cabreos. Quizás es que me pierde la ilusión de que se pueden hacer muchas cosas.

P.-Y sus ilusiones por hacer cosas van por delante de las posibilidades de hacerlas. ¿Es eso?

R.-Puede que resulte muy ingenuo, pero ya que estoy, quiero trabajar.

P.-Siempre se ha dicho que un director general de RTVE manda más que un ministro.

R.-No tengo ni remota idea de lo que manda un ministro. Bueno, hay bastantes situaciones en las que parece que sí mando y resulta que es verdad: que mando. La pantalla tiene un poder increíble.

P.-Fue usted un niño prodigio, o un repelente niño Vicente, llámelo como quiera. Terminó el bachillerato con matrícula de honor y también salió bastante matriculado de la carrera. Defiéndase.

R.-No tengo de qué defenderme. Yo era de esa clase de alumnos que al principio no van a clase y se pegan el atracón al final.

P.-Encima, listo con recochineo.

R.-No. A lo mejor no debería contarlo, pero yo tenía un pacto con mi padre: durante la carrera, los tres o cuatro primeros meses del curso no iba a clase. Él me subvencionaba viajes, libros y discos a cambio de que luego pegara los codos y sacara buenas notas. Mi padre tenía la obsesión de que viajara y conociera mundo. Ésa fue, imagino, otra de las razones por las que me despegué bastante de la política española. Durante mi época universitaria no mostré el menor interés hacia ningún partido. Es más: sólo he ido a un mitin una vez en mi vida. Fui para acompañar a una persona a la que debía un favor personal.

P.-¿Le afectó el hecho de ser hijo único?

R.-Existe una apreciación estandarizada de lo que es un hijo único. Ser hijo único tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero yo no noté nada especial. Miento: noté que mi padre se empeñaba demasiado en mandarme fuera, acaso para que no sufriera los efectos de la protección familiar. A los siete años me fui un año y medio a Inglaterra, y en todo ese tiempo sólo vi a mi familia una vez.

P.-Muy fuerte, ¿no?

R.-Sí, mi pobre madre estaba indignada. No aceptaba que un niño pasara tanto tiempo alejado, solo en Inglaterra, en casa de una mujer divorciada, anglicana y de costumbres opuestas a las nuestras. Nunca llegué a hablar estas cosas con mi padre, pero la constancia de aquellos alejamientos era muy significativa. Quería que saliera de España a toda costa.

P.-Otra cosa: ahora ya no se llevan los yuppies, pero usted ha sido yuppie. No me lo negará.

R.-Hummmm... ¿en qué se basa?

P.-Veamos... ¿Juega al pádel?

R.-No. Al tenis.

P.-Más a mi favor... Segundo detalle: seguro que se mueve por Nueva York como por su casa.

R.-Eso sí. Nueva York es una ciudad muy especial. Hay una Nueva York que se visita y otra que se vive. La que se vive me gusta mucho.

P.-¿Viaja en grand class?

R.-Cuando viajo por motivos profesionales suelo hacerlo en bussiness, y alguna vez, en vuelos oceánicos, en grand class.

P.-Se ha casado dos veces.

R.-Pues sí. Dos veces.

P.-¿Ve? Según el test, es un yuppie de manual.

R.-Yo no comulgo con los estereotipos, y usted me ha aplicado tres o cuatro. Pasemos a otro tema.

P.-Tengo entendido que no es buen espectador de televisión.

R.-En efecto. No soy ni buen espectador ni aficionado.

P.-¿No la ve en su casa?

R.-Muy poco. Sería deformación profesional. Alguna vez me llevo un vídeo de alguna serie nueva, pero eso hay que interpretarlo como llevarse deberes.

R.-¿Cuál es el último programa que ha visto? Y no me diga que un documental de La 2 porque no me lo creeré.

R.-Una película, supongo.

P.-¿Ejerce el control del mando?

R.-¡Noooo! Lo ejercen mis hijas.

P.-¿Nunca hace zapping?

R.-Al principio me gustaba ver las ofertas de las cadenas. Ahora ya no tanto. No quiero tener la sensación de que estoy trabajando en familia.

P.-¿Hay algún programa que suprimiría por real decreto?

R.-No... Yo respeto los gustos de los demás, aunque personalmente estoy de acuerdo con muchas de las cosas que se dicen de ciertos programas. Lo que recomiendo es ejercer la potestad de cambiar de canal. En televisión nos pierde la prisa. Un producto discutible, si está bien hecho, tiene una defensa, pero hemos fomentado tanto la rapidez que si un programa no funciona se quita al tercer capítulo, con lo cual damos paso a la chapuza. Y al final resulta que lo fácil es lo barato, y me refiero a barato en su doble sentido, económico y de calidad. Hay que combatir eso.

P.-¿Que quitaría antes, un culebrón, un programa de testimonios o un concursillo?

R.-Lo tengo claro: un culebrón.

P.-¿Es verdad que sus bestias negras son Los Morancos y José Luis Moreno?

R.-La televisión que quiero hacer no está basada en mis gustos personales. Hay que tener en cuenta las relaciones contractuales con la gente. Unos no pueden renovar, otros pueden renovar pero quieren más dinero, etc. No es tan simple como parece. Por encima de mis gustos existen otros criterios. Muchas cosas ya estaban en marcha cuando llegué, y es difícil que en un plazo corto de tiempo se note la impronta de una nueva dirección general.

P.-¿Cuándo notaremos entonces la huella de su trabajo? ¿Cuando llegue el siguiente director general?

R.-Es posible que ni siquiera entonces, dado que la duración media de los directores generales es bastante corta. No, voy a hablarle en serio: creo que ya empieza a notarse un poco.

P.-¿Hay un realizador previsto para la boda del Príncipe?

R.-Hace poco, en una visita del Príncipe a esta casa, le dije: "Señor, cásese con quien quiera, pero por favor avise con tiempo". Y es que una boda de esas características requiere un esfuerzo enorme.

P.-¿Es capaz de afirmar sin anestesia que hay diferencias entre la televisión del Gobierno y la de Telefónica?

R.-¿Cuál es cuál?

P.-Eso digo yo.

R.-No insista con los lugares comunes. Funciona una idea preconcebida de lo que es la televisión pública, y esa idea parte de unos supuestos reales. Es decir, a mí me ha nombrado el Gobierno, no un colectivo de estudiantes. Además, esta casa se nutre de los presupuestos del Estado, que son gestionados por el Gobierno. El principio que debe primar sobre una televisión pública es el de la independencia, pero ya que esa independencia, en el sentido puro, no es real, hay que acercarse a ella lo más posible.

P.-No ha respondido a la pregunta. ¿Y Antena 3?

R.-Es una televisión de la que Telefónica es el socio mayoritario. Ya está todo dicho.

P.-¿La televisión del PP manipula menos que la del PSOE?

R.-Los políticos tienen que ser conscientes de que esa pregunta suya, como la de muchos, es la consecuencia de algo que no debería pasar.

P.-Pero pasa...

R.-Pues que se apliquen el cuento. Ellos han de ser los primeros defensores de la independencia de RTVE. De todos modos, muchos creen que eso ocurre más de lo que realmente ocurre. Yo le puedo hablar por mi experiencia. Ninguna de las decisiones importantes que he tomado ha estado decidida por el Gobierno. En el proceso ha habido gran cantidad de anécdotas, pero yo las considero sólo eso: anécdotas.

P.-¿Por ejemplo?

R.-Me consta que algunos políticos feos quieren salir guapos por la tele.

P.-¿Nunca se ha visto en la necesidad de pararle los pies a alguien?

R.-No me gustan los enfrentamientos frontales, pero sí es cierto que a gente de variado signo he tenido la oportunidad de expresarle que las cosas no se hacen como ellos pretenden.

P.-¿Trabaja de sol a sol?

R.-No siempre. Ayer llegué a las ocho y media de la mañana y salí a la una y media de la noche... Pero fue una excepción. Lo peor, con todo, es la ruptura que suponen las comidas y las cenas llamadas de trabajo. Voy, pero no soy muy partidario. Suelen terminar de la misma manera, con alguien que te dice eso tan absurdo de "a ver si nos vemos".

P.-¿Mira la tele mientras trabaja?

R.-No. Cuando trabajo en casa escucho música.

P.-Recomiéndeme una buena música para trabajar.

R.-Yo no pongo música clásica, porque me relaja tanto que acabo prestando más atención a la música que al trabajo. Prefiero música ligera, algo que me dé marcha...

P.-¿Bruce Springsteen?

R.-Por ejemplo.


Reportaje



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