EN LA PASADA Feria del Libro, el príncipe Felipe se metió la mano en el bolsillo para pagarse el último libro de Manuel Fernández Álvarez (Madrid, 1921). Sabía lo que hacía, pues no se ha escrito hasta ahora nada tan completo -y puede que tan ameno- sobre la egregia vida de Felipe II, una figura que sigue atrayendo, con ciertos toques de arribismo, a los historiadores extranjeros, algunos de los cuales cometen fallos elementales en sus renombrados libros.

La culpa de este papanatismo es del propio autor, claro. Por apellidarse como se apellida. Y él lo reconoce hasta con brío, pues debe ser difícil, después de meterse durante más de medio siglo en la piel del Rey Prudente, ver cómo tu trabajo es "fusilado" sin menciones o cómo la fama se la llevan personas que no saben ni dónde está el castillo de La Mota. Ahora espera mucho de un libro que pueden leer "hasta los holandeses" por su objetividad y sentido europeísta.

Ni leyenda negra ni leyenda rosa. Ni siempre príncipe renacentista, ni siempre rey vestido de negro. Sólo un monarca que forma parte de una historia común y de ámbito universal a la que no pueden renunciar ni quienes reniegan de ser españoles. Y cita nombres de vascos, catalanes, orgullosos de servir al rey: Elcano, Urdaneta, Requesens, Moncada... En definitiva, ramas del mismo árbol.