Pareja feliz

Pareja feliz


Queriendo o sin querer, les guste o no les guste, (y no les gusta mucho, por lo menos, oírlo) son una pareja modelo. Una pareja de las de antes, de las que se conocen en el instituto, se gustan, se quieren, se pelean, se dejan, se vuelven a encontrar años después, se confiesan lo mucho que se han echado de menos, se quieren otra vez, ésta para siempre jamás, y se imaginan viejecitos y juntos, quizá con hijos, a lo mejor con nietos.

Una pareja, envidia de sus amigos, orgullo de sus padres, con el sofá comprado a medias y el piso, cuando lo compren, también, las tareas de la casa divididas y el dinero solidariamente compartido si uno de los dos pasa una temporada en el paro. Una pareja, en fin, de las que celebran reuniones familiares semanales y se dividen las Navidades, cena de Nochebuena con mi familia, cena de Nochevieja con la tuya.

En esta pareja modelo, llamándose uno Toni y el otro Miguel Ángel, la modélica normalidad ha costado tiempo y bastante voluntad. De cuando se conocieron y se enamoraron en el instituto, no se enteró nadie y su trabajo les costó que no se enteraran. Toni tenía entonces una novia o medio novia, y ni rastro de amaneramiento, al contrario. "Nada de pluma. Una oveja disfrazada de lobo, por decirlo de alguna manera, porque yo iba de machito. Con chicos, alguna que otra relación... Iba a decir alguna relación esporádica, pero ni eso, me habían ligado alguna vez..., en la playa, en la calle, porque yo era muy mono y muy vistoso, pero nada más. Con una novia, y mucho miedo, en eso estaba".

De eso hace ya casi quince años. Entonces, Toni pensaba que era el único homosexual del instituto, de la ciudad y casi del mundo entero y además no le hacía ninguna gracia serlo. Y Miguel Ángel, lo mismo. Así que fue un alivio cuando tropezaron uno con otro y además, se gustaron. Y un desastre cuando Toni no se decidió a dejar a su novia. Terminaron el curso mirándose fatal y cayéndose peor. Volvieron a encontrarse por casualidad y el día que empezó la Guerra del Golfo se decidieron a una mutua declaración de amor, en previsión de un desastre nuclear. Desde entonces celebran todos los años en agosto su aniversario. Van siete.

Toni no tuvo que contarles a sus padres que le gustaban los chicos. "Lo descubrieron ellos. Miguel Ángel había pasado la noche en mi apartamento. Todavía seguíamos viviendo cada uno en nuestra casa. Bueno, el caso es que yo me marché a trabajar corriendo por la mañana y le pedí a a Miguel Ángel que me tendiera una lavadora. Como es un desastre, no encontró las pinzas y me dejó una nota".

La nota empezaba con un "Cariño:", terminaba con "besos, Miquel" y la vio la madre de Toni, que tenía llave de su casa y pasaba por allí alguna vez para echarle una mano con la plancha. A Toni no le quedó más remedio que convocar una reunión familiar y contar, como pudo, que era homosexual, que "Miquel" era Miguel en valenciano y no un nombre extranjero de chica, la única explicación esperanzadora que se les había ocurrido a sus padres, y que ni quería ni podía hacer propósito de enmienda. Como mucho y si así iban a quedarse más tranquilos, presentarles a su novio que era muy buen chico, estudiante de Derecho, estupendo cocinero y encima, guapo.

"Pero hijo, si tú tuviste novia". "Ya, pero por tenerla". "Pero si tú estabas colado por Raquel, me acuerdo que cuando se fue a vivir con David te enfadaste mucho". "Ya, mamá, me enfadé, pero porque a mí quien me gustaba era David". Desde entonces y hasta ahora, comen todos juntos los fines de semana, los sobrinos de Toni llaman "tío" a Miguel Ángel, la madre de Toni empieza a preguntarse si no resultaría más cómodo utilizar "mi yerno", como hace con los maridos de sus hijas y el padre de Toni les pregunta alguna vez, si no han pensado adoptar un niño. "Sí, ya tengo nietos, de mis hijas. ¿Y qué? Me gustaría mucho tenerlos también de mi hijo". A lo mejor. A Toni y a Miguel Ángel adoptar un niño les parece cuestión de tiempo. "Más adelante, más adelante, ya veremos".

"¿Disgusto? No, ningún disgusto, mi hijo no es un drogadicto ni un vago ni una mala persona, ¿por qué tendríamos que disgustarnos? Si acaso, sorpresa". La hermana de Toni se ríe. "No digas eso, mamá. Claro que hubo disgusto. Y sorpresa, no tanto. Él no quería verlo y nosotros, tampoco. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de lo tranquilo que era de pequeño. Somos seis hermanos, cinco chicas y él. Nunca lo veías con un balón y a mí me encantaba vestirlo de niña. ¿Tendrá algo que ver?". A Toni le da igual si tiene o no algo que ver porque hace mucho tiempo que dejó el autoanálisis. Nadie le ha puesto más problemas a su homosexualidad de los que se puso él mismo durante la adolescencia. Trabaja en una fábrica de coches de Valencia, la misma en la que trabajó su padre después de dedicarse a la carpintería casi toda la vida. Nunca lo ocultó y nadie se lo ha reprochado todavía ni le ha hecho una broma ni se ha reído. Al revés, "tienes un par de... -le dijo algún compañero- porque aquí, en este ambiente...". Pertenece al comité de empresa y lleva un par de años proponiendo la igualdad de derechos para las parejas de hecho, incluida la suya. Sin mucho éxito. El año pasado se casó un compañero de la fábrica. A todos los invitados se les aclaró que podían llevar a sus mujeres o novias. La invitación de Toni era individual, así que no fue. "Ha sido el único roce en la fábrica. A las bodas familiares sí me acompaña Miguel Ángel, claro".

Guardan una cinta de vídeo con la primera visita de Toni a casa de los padres de Miguel Ángel, que son extremeños y acababan de enterarse de que su hijo estaba enamorado de un hombre. Es Navidad y en la cinta todos están muy contentos, menos Toni, que no puede evitar la cara de susto. "Si hasta parecía bizco, mírame. ¡Qué mal rato! Yo pensaba, ¿nos darán una cama? Porque a lo mejor nos colocan en dos habitaciones y menuda vergüenza. Mi madre me veía tan nervioso que antes de salir me dijo: `Hijo, si te miran mal, tú coges tu maleta y te vuelves'. No pasó nada, y ahora, si no los visitamos de vez en cuando los padres de Miguel Ángel se enfadan".

Miguel Ángel lleva unos meses en paro. Trabajó en la Consejería de Educación y en Telefónica y ahora aprovecha para terminar Derecho. Toni le regaña cuando no estudia. Vino a Valencia cuando empezó el bachillerato. Antes de conocer a Toni nunca se había enamorado, nunca se había relacionado con otro homosexual, y hasta después de cumplidos los veinte, nunca había tomado una copa en un local de ambiente. Es más, estaba convencido de que eran sitios horribles, oscuros y peligrosos. La primera vez que visitó uno fue con Toni. Se quedó casi en la puerta, mientras Toni saludaba a unos amigos y como tardaba, se asustó y se marchó a casa. Toni tuvo que llevarle un ramo de flores al día siguiente y una bandeja de pasteles para que se le pasara el enfado. "A Toni le llevó su tiempo reconocer que era homosexual, pero en cuanto lo hizo le fue más fácil relacionarse con otros chicos, conocer bares, tener amigos. Yo siempre lo había sabido, pero me costó mucho más entrar en el círculo. Creo que entré gracias a él".

Ahora, no son homosexuales, son gays. La diferencia entre una cosa y otra está en el paso de la aceptación al activismo. Activismo no sólo de colectivo, que también lo practican, sino diario y doméstico. Toman copas en locales gays, procuran cenar en restaurantes gays, y no viajan en una agencia gay porque en Valencia todavía no hay, pero lo harían si pudieran. Primero, ser visibles, y después, prácticos. "Hasta hace muy poco -dice Miguel Ángel- lo más difícil era mostrarte a los demás. Ahora, y un vez hecho esto, hay que ser consecuente. Si Telepizza nos apoyara, pediríamos Telepizza por teléfono y no otra. Dejamos de fumar Marlboro porque un accionista de la compañía era homófobo y nos gustan los locales gays porque allí nos encontramos con nuestros amigos, y porque puestos a gastar dinero preferimos gastarlo allí. En Valencia hay entre 80.000 y 90.000 homosexuales. Si yo fuera empresario, tendría en cuenta esta cifra".

Muchos la han tenido ya. Mili Hernández, que es dueña de una de las dos librerías gays que hay en España y socia de la editorial Egalés ha tenido la paciencia de sumar todos los negocios que se anuncian como dirigidos a homosexuales: 312 bares, 85 discotecas, 57 hoteles, 43 saunas, 35 cafés, 80 restaurantes, 22 tiendas, dos editoriales, 14 agencias de viajes... Agencias de viajes que procuran hoteles gays en Amsterdam, en Londres o en París, que ofertan circuitos por San Francisco y que se plantean la posibilidad de importar el invento americano de los cruceros para homosexuales por el Caribe.

La editorial de Mili acaba de editar un ensayo, Cómo hemos cambiado, escrito por Juan Vicente Aliaga y José Miguel Cortés. Los dos son profesores de Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia, y los dos han intentado repasar los estereotipos que se han sucedido sobre la homosexualidad en el cine, la literatura, la calle y entre los propios homosexuales. Por resumir, dice Aliaga: "Desde la mariquita loca que fue el primer referente hasta el culto al cuerpo quizá un poco exagerado de muchos homosexuales ahora". Este año imparte un curso de doctorado en el que tratará sobre la representación del cuerpo masculino en el arte y en el que se incluyen referencias a la homosexualidad y el travestismo. Todavía se acuerda de cuando su padre criticaba el amaneramiento de Miguel Bosé en televisión. "Sería absurdo decir que las cosas no han cambiado. Hace ocho años quizá yo no me habría atrevido a plantear este curso. Todo el mundo sabía en la Facultad que yo era homosexual pero nadie comentaba nada. Y si lo hacían, desde luego, no conmigo delante. También es cierto que yo soy un privilegiado. Existirá normalidad cuando un albañil pasee con su novio de la mano por la calle, no sólo si los intelectuales somos más o menos aceptados. Ahora todavía nos resulta necesario mantener espacios propios, bares, restaurantes, barrios. Quizá dentro de cinco años ya no lo sea".

Cuando se habla de homosexualidad, la diferencia entre generaciones se acorta. Juan Vicente tiene 37 años y se ha perdido buena parte de la veintena en el reconocimiento, la aceptación, el inicio de las relaciones con los otros. A su amigo Miguel Ángel, a punto de cumplir los treinta, le bastó la adolescencia para resolverlo. A Miguel Ángel, por ejemplo, no le preocupa si el culto al cuerpo que ve a su alrededor es bueno o malo, una moda pasajera, una reacción al sida o una buena costumbre. Ni el tópico de que los homosexuales aceptan mal en otros y en ellos mismos la vejez y la fealdad. ¿Y la promiscuidad? Tampoco. "Toni fue el primer hombre del que me enamoré. En realidad, la primera persona. Me dolería mucho más que a él le gustara alguien y no me lo contara que una infidelidad sin importancia. A nosotros nos gustaría pasar el resto de la vida juntos. Pero, en cualquier caso, eso es un deseo, no una obligación".

Juan Vicente sí cree, por ejemplo, que las parejas homosexuales mejor aceptadas son, precisamente, las que más se acercan al modelo heterosexual clásico. "Con un novio fijo, vida familiar y casa común, a todo el mundo le resulta más fácil comprenderlo. Aunque sea de manera inconsciente. Al fin y al cabo, terminas viviendo de la misma manera que ellos. La diferencia sólo empieza en la cama". Y a Miguel y Toni estas cuestiones les resultan pura metafísica, aunque puestos a pararse y pensar, reconocen que su relación cumple hasta el clásico requisito de la crisis de los tres años. "Con un poco de retraso, cuatro y pico después de haber empezado a vivir juntos. Puros problemas de convivencia, pero que casi nos llevan a separarnos. Pensamos la posibilidad de alquilar otra cosa y vernos los fines de semana o durante las vacaciones. Los padres de Toni se enteraron y se preocuparon mucho. Los míos, no. Simplemente porque viven más lejos, pero tampoco les habría hecho mucha gracia. Ahora estamos bien. Mejor que antes, incluso".

Resultado de la crisis. Tony limpia y Miguel Ángel cocina. "Cocina muy bien, platos extremeños, sobre todo, antes de conocerle, cenaba pan con paté y listo, ahora nos gastamos una pasta en comida, para nosotros y en cenas con amigos, aunque el que se encarga de poner las velas en la mesa, el romántico, soy yo".

Intentan evitar la asfixia y los dos se reservan al menos un día a la semana para ver amigos propios y otro para los amigos comunes. Han compartido los últimos veraneos con un matrimonio heterosexual que acaba de divorciarse, así que la Semana Santa la han pasado con otra pareja, homosexual, en Alicante porque ahora viven del sueldo de Toni y procuran reducir gastos.

Una cena típica de fin de semana: en el restaurante de Marcial, un amigo, dueño además de un bar de ambiente y funcionario del Ayuntamiento desde hace más de veinte años.

En la cena se habla de Cuba, y de una discoteca estatal para homosexuales que ha visitado hace un par de meses uno de los invitados en La Habana. De lo mucho que madruga Toni, todos los días en pie a las cinco de la mañana, y de lo difícil que le resulta a una pareja acostumbrarse a los horarios cambiados, ahora que Miguel Ángel no trabaja y puede trasnochar. De lo que les cuesta, en general, dejar la mala costumbre de hablar en femenino de cualquiera que les caiga mal, de si las lesbianas se quieren o no igual que ellos, de lo caro que está todo, de Maastricht, de lo guapa que es Cher y de lo bien que ha salido de sus quince operaciones de estética. Rubén, otro invitado, que es psicólogo, cuenta lo triste y lo solo que se sintió en la adolescencia, y lo mucho que le costó después aprender a relacionarse. "¿A vosotros también?" Sí, a los demás, también. A las doce, antes de la primera copa, Miguel Ángel mira a Toni con cara de "tú tienes que levantarte temprano, deberías irte a dormir...".


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